“Me gustaba el hecho de salir a caminar sin rumbo por los pueblos y empecé a conectar mucho con ese nene que, por curiosidad, se iba y asustaba a sus padres porque nadie sabía dónde estaba " , afirma en una entrevista con EFE, sobre un viaje que se prolongó por Bolivia y culminó en las arenas del desierto de Atacama (Chile).
Esa no sería su última aventura, ni mucho menos. Tras meses de preparativos, Andrés Calla y Jimena Sánchez, su pareja, optaron por abandonar sus trabajos de publicistas y lanzarse a la carretera, convirtiendo una " pasión " que solo podían disfrutar en vacaciones en todo un estilo de vida. Tan importante fue su éxito que ambos forman parte del equipo de comunicación de la denominada Ruta Natural, un proyecto impulsado por el Ministerio de Turismo y Deportes de Argentina que busca desarrollar el turismo de naturaleza de forma sostenible.
Paisajes eternos
La “prueba de fuego” para Calla y Sánchez, esa que demostraría si podían o no vivir de esto, ocurrió en 2013: un viaje de 5.000 kilómetros en bicicleta entre las ciudades de Ushuaia y La Quiaca siguiendo la mítica Ruta 40, arteria que conecta los confines australes del país con la frontera boliviana.
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Durante esos meses de pedaleos, reflexiones al costado de la carretera y pugnas con el viento patagónico, Calla y Sánchez descubrieron los matices y colores de un país, Argentina, que presenta un maridaje de paisajes único en el mundo, con bosques, montañas, desiertos y selvas que se pueden visitar en cualquier momento del año.
“En septiembre, vos podés estar en musculosa (camiseta de tirantes) en Misiones o con una campera de pluma esquiando en Ushuaia”, expone Calla, agregando que la escasa “intervención humana” existente en Argentina, octavo país del mundo por extensión, pero con solo 46 millones de habitantes, facilita muchísimo el turismo de naturaleza.
Respecto a esos lugares emblemáticos que sí o sí hay que conocer, Calla cita el “triángulo de contrastes” formado por el glaciar Perito Moreno en el sur, las cataratas del Iguazú en el nordeste y el altiplano andino del noroeste.
Amigarse con la bicicleta
Para experimentar una “conexión real” con este entorno natural, Calla no puede más que recomendar los viajes en bicicleta, un instrumento que permite “potenciar” los estímulos hasta el punto de convertir la travesía en una “experiencia sensorial”.
“No es lo mismo hacer diez kilómetros en un auto que en bicicleta, en donde estás con tu cuerpo generando endorfinas por la actividad física. Esos diez kilómetros, que arriba de un micro o un auto pasan inadvertidos, quizás no te los olvidás más en tu vida“, sostiene Calla.
El país suramericano ofrece, en este sentido, una variedad de escenarios prácticamente inigualable: desde zonas de cordillera a más de 4.000 metros de altura, donde el oxígeno es una variable a tener muy en cuenta, hasta bosques salpicados por caminos secundarios que resultan más amables para el ciclista ocasional.
Asimismo, la escasa densidad de población de Argentina permite una desconexión real con el mundo urbano, regalando momentos de “libertad” impensados en otras regiones.
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“Hablando con gente que hace cicloturismo por Europa, lo que me contaban es que allí es muy difícil salir con la bici y acampar en la naturaleza, porque siempre hay una ciudad o un pueblito cerca, y cuando vienen acá se sienten en libertad”, asevera Calla, que compara estas experiencias con las vividas por los " exploradores” del pasado.
Desarrollo de infraestructura
Incentivar este tipo de travesías en bicicleta es uno de los objetivos de la Ruta Natural, programa creado hace dos años y medio con el propósito de desarrollar el turismo de bajo impacto ambiental, algo que requiere importantes inversiones de infraestructura.
“Cuando van miles de personas a un lugar, saturan todo; entonces vos tenés que lograr que la gente se mueva y se distribuya, porque el espacio está, pero tenés que poner caminos y tienen que haber cabañas y servicios”, puntualiza Calla acerca de una iniciativa que también pretende “descentralizar” el turismo de Argentina.
“La idea es que no te quedes diez días en Bariloche, sino que recorras 300 kilómetros a la redonda y ahí capilarices. De esa forma no se genera un turismo de impacto”, reconoce Calla, quien todavía conserva la emoción de ese niño que vivía mil y una aventuras en la naturaleza.