“Me gustaría estar muchos años aquí, sin duda, pero lo que Dios quiera”, admite con una tímida mueca este barcelonés, nacido en un barrio cercano, que llegó al equipo de arquitectos del templo en 1990. Tenía 31 años, los mismos que Gaudí cuando asumió en 1883 la construcción de esta obra a la que consagró cuatro décadas, hasta que murió atropellado por un tranvía en 1926.
“Cuando yo llegué, de estas columnas solo estaban construidas tres, y solo los primeros diez metros”, cuenta Faulí desde un altillo de la nave principal. “He tenido la suerte de proyectar y de ver construido todo el interior, y después la sacristía, y ahora las torres centrales”, explica este hombre de 62 años y hablar pausado.
La primera de ellas, la de la Virgen María, se inaugura este miércoles con la iluminación de la estrella de 5,5 toneladas -- y de 1,5 millones de euros de coste --, que la corona a 138 metros de altura. La torre, la segunda más alta de las 18 que proyectó el genial arquitecto modernista, es la mayor de las nueve terminadas, y la primera que se estrena desde 1976.
Historia convulsa
Con 4,7 millones de visitantes, la Sagrada Familia fue el monumento más visto de Barcelona en 2019. Pero, como medio mundo, tuvo que cerrar sus puertas en marzo de 2020 y estuvo casi un año, en dos periodos, sin poder reabrir. Su Junta Constructora, una fundación canónica privada, calcula que la afluencia no se recuperará hasta, como mínimo, finales de 2023.
Menos de 764.000 personas visitaron el templo el año pasado, según el Observatorio de Turismo de Barcelona.
Ante el desplome de ingresos, el objetivo de terminar la basílica en 2026, centenario de la muerte de Gaudí, quedó descartado.
“No podemos dar ninguna estimación porque no sabemos cómo se recuperarán los visitantes en los próximos años”, indica Faulí, ya que la basílica solo se financia con donativos privados y, principalmente, con las entradas de los turistas.
No es, sin embargo, la primera dificultad que enfrenta esta construcción que vio su futuro amenazado durante la Guerra Civil (1936-1939), cuando se destruyeron muchos planos y maquetas dejadas por Gaudí.
Para los críticos del templo, esta pérdida capital no permite considerar lo construido después como obra del innovador arquitecto catalán, pese a la labor de rastreo realizada por sus sucesores. La Unesco solo incluye en su Patrimonio Mundial la fachada del Nacimiento y la cripta de la basílica, erigidas en vida de Gaudí. Pero, para Faulí, el proyecto es completamente fiel a su creador.
Gaudí “dibujó claramente la disposición de los distintos elementos de las naves, de los árboles estructurales, de las bóvedas, de las torres, y proponía que aquellas reglas geométricas, aquella gramática que dejaba en sus maquetas se pudiera replicar”, explica sobre el minucioso estudio de restos, fotografías, dibujos y testimonios en los que se basan.
Conflicto
Nombrado arquitecto director en 2012, Faulí llegó a capitanear un equipo de 27 arquitectos y más de 100 operarios antes de la pandemia. Ahora son cinco arquitectos y unos 16 obreros. “Es mucha responsabilidad porque es un proyecto icónico, un edificio que mucha gente mira y sobre el que opina, y además estamos construyendo un proyecto que no es nuestro”, indica.
Y una obra de estas dimensiones dentro de una ciudad de 1,6 millones de habitantes, en plena reflexión sobre su modelo turístico, no satisface a todos.
En algunos balcones de la calle donde debe construirse la entrada principal cuelgan pancartas en las que se lee: “Mi vida está aquí y la quieren tirar al suelo” o “No más mentiras de los guías turísticos”.
Los vecinos de la zona muestran así su rechazo al turismo masificado que, según ellos, está destruyendo el barrio y contra la construcción de una polémica escalinata para acceder al templo que obligaría a reubicar a cientos de familias.
Faulí asegura respetar sus reivindicaciones y pide encontrar una salida “con diálogo con todo el mundo, buscando las soluciones justas”. Sí le gustaría, sin embargo, ver terminada la fachada principal de una obra de la que nunca se ha separado más de un par de semanas seguidas en los últimos 30 años.
Tanto, que no puede evitar sobresaltarse cuando se le pregunta qué le consultaría al maestro si pudiera.
Tras reflexionar unos segundos, responde pensativo: “Le preguntaría cuáles eran sus intenciones profundas en la arquitectura, no tanto las formas, que las vemos, sino qué sentimientos quería comunicar”.