Pese a su incuestionable valor histórico, poca gente conoce que este buque de casi 160 años está amarrado en uno de los muelles de Puno, el principal puerto de Perú en el lago Titicaca, ni siquiera los habitantes de la ciudad, que no saben de esta atracción turística sin explotar. “Es de 1862, tres años más antiguo que el Monitor Huáscar”, dice a Efe con orgullo Máximo Flores, el jefe de máquinas del Yavarí, para referirse al famoso buque que los chilenos arrebataron a los peruanos en la Guerra del Pacífico (1879-1884) y que ahora descansa en el puerto de Talcahuano (Chile).
Al igual que el Huáscar, el Yavarí fue construido en astilleros británicos, en plena época victoriana, y llegó a Perú dividido en 2.766 piezas y dos cigüeñales que, tras llegar por mar al puerto de Arica, llegaron a lomos de mulas hasta el lago Titicaca. “Iba a tomar seis meses pero al final fueron seis años”, recuerda Flores, guardián de este buque al que le da mimos y trata de conservar antes de que se vuelva a echar a perder.
Múltiples vidas en el lago
Inicialmente el Yavarí, botado el 25 de diciembre de 1870 y bautizado así en honor al inmenso afluente del Amazonas que sirve de frontera entre Brasil y Perú, fue una cañonera de la Armada peruana junto a su gemelo, el Yapurá, que entró en servicio tres años después. Fue la primera de sus muchas vidas que ha tenido el Yavarí, que tras la Guerra del Pacífico pasó a ser un buque mercante entre Bolivia y Perú de la empresa británica Peruvian Corporation, y luego, cuando esta compañía fue nacionalizada en 1975, volvió a manos de la Armada y fue dado de baja por una avería.
Abandonado, oxidado y a punto de ser hundido en mitad del lago, eso parecía el fin del Yavarí. Pero en 1985 apareció la británica Meriel Larken, quien lo compró por solo 5.000 dólares para restaurarlo y darle una nueva vida, ahora al servicio del turismo. Gracias a donaciones y recolectas se reunió la financiación para devolverle el lustre al Yavarí, que en 1999 volvió a navegar después de más de 20 años.
Un motor único en el mundo
Lo más arduo fue restaurar y volver a poner en marcha fue su motor, una gigantesca pieza de museo semidiésel construida en 1914 por la empresa sueca Bolinger, con 4 cilindros, una potencia de 320 caballos, 225 revoluciones por minuto y al menos 4 hombres en la sala para controlarlo.
“Es el motor más antiguo de su tipo en funcionamiento. Los demás están en museos en tierra.
Este es el único que sigue en un barco. Es uno de los primeros motores de petróleo”, afirma Flores mientras revisa con meticulosidad uno de los filtros de aceite que lubrican los cilindros.
Este motor, una maraña de tuberías que suben, bajan y dan vueltas, reemplazó al motor original, uno de vapor de 60 caballos de potencia que era alimentado con excremento de ganado ante la imposibilidad de conseguir carbón en el Titicaca. “Cuando lo vimos funcionar por primera vez comenzamos a llorar de alegría”, recuerda con nostalgia Flores, prácticamente la única persona en el mundo que sabe manejar está máquina, al punto que, para restaurarlo, ha mandado fabricar piezas de hierro que actualmente no se encuentran.
“Nosotros vamos palpando la temperatura, mirando y olfateando”, apunta el cuidador del Yavarí, cuyos operarios tienen que guiarse por sus sentidos, “a la antigua” , ya que no hay casi instrumento de navegación y el motor solo cuenta con un contador de revoluciones.
Varado desde la pandemia
Pese a que desde 2015 comenzó a recibir visitantes e incluso funcionaba como hostal donde los turistas dormían y desayunaban, la pandemia del covid-19 ha vuelto a dejar al Yavarí varado, sin casi visitantes y sin permisos para reubicarse a la vista de la gente, frente al Hotel Posada del Inca. “Está abandonado. Estamos ahora en el muelle de la empresa Perú Rail y no tenemos permiso para recibir visitas. Algunas partes se están oxidando”, lamenta Flores.
“No nos apoya la Marina, ni el alcalde ni el gobierno regional. No nos apoya nadie. Estamos solos " , sostiene. Con los certificados y libretas de embarque vencidos, la Armada no permite al Yavarí moverse, y también le exige instrumentos modernos de navegación como GPS y radio.
“Estamos regularizando poco a poco, pero mi jefa tiene más de 90 años. No sé si regresará. No hay plata y yo también tendré que jubilarme, aunque me pide que no me vaya. No sé en qué quedará el Yavarí” , dice con pena Flores mientras contempla de lejos su nave. Pese a la dificultades, tras más de 30 años cuidando del Yavarí, su guardián no renuncia a su propósito: surcar las aguas del Titicaca y llevar a los turistas a la vieja usanza para conocer a las comunidades del lago, como los Uros y la Isla de Taquile, entre otras coloridas poblaciones aimaras.