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Son muchos los y las turistas que transitan en busca de lo tradicionalmente auténtico, con una difusa añoranza de tiempos pasados. Un historiador explica las razones por las cuales esto no se debe necesariamente a un interés en la historia.
Valentin Groebner ahonda en las razones de esta tendencia. El experto suizo en la Edad Media estudió en profundidad el fenómeno del turismo histórico. Autor de una investigación sobre esta temática (“Retroland - Geschichtstourismus und die Sehnsucht nach dem Authentischen”/Retrolandia: el turismo histórico y el anhelo de lo auténtico), sacó conclusiones de porqué nos interesa viajar al pasado durante las vacaciones.
¿Qué necesidad se esconde detrás de la iniciativa de visitar un lugar antiguo e históricamente significativo?
Creo que las personas parten de vacaciones por razones muy diversas. En la mayoría de los casos, es un ritual que estructura la propia rutina anual. Y allí nos mostramos a nosotros mismos quiénes queremos ser realmente. Tomamos fotografías de eso y se las enviamos a nuestros seres queridos. Y, dependiendo de nuestro gusto y nuestro grupo objetivo, nos mostramos ya sea en el bar en la playa o delante del monumento artístico.
¿Esto no tiene que ver también con que las guías de viaje y otras instituciones nos transmiten la idea que alguna vez debería haberse estado allí?
Esto depende del lugar y del programa, pero no lo generalizaría. Los guiones que seguimos en nuestro ritual vacacional no son terriblemente individuales, al menos no en mi caso. Todos partimos al mismo tiempo con deseos muy similares y tampoco tenemos demasiado tiempo. Eso significa que tenemos que concentrarnos en lo verdaderamente importante, en los “highlights”, en los lugares realmente extraordinarios, que uno debe haber visto. Y allí nos encontraremos con todos los demás viajeros.
¿Qué se necesita para que un turista pueda apreciar adecuadamente un lugar histórico? ¿Qué saberes previos se requieren?
Existen numerosos sitios históricos que no son visitados porque se encuentran demasiado apartados. Se quedan solos con su autenticidad, por así decirlo. Para que podamos vivir un lugar como histórico, este necesita mucha infraestructura moderna que debe funcionar ahora, en el siglo XXI, porque de lo contrario nadie lo visita.
Y esto no son solamente calles, lugares para estacionar y carteles indicativos, sino también una narrativa y las instrucciones de uso del lugar. Porque el pasado propiamente no puede ser visto, este ya se desvaneció. Lo que vemos son los restos. Y estos deben contar con señalización y explicación.
¿Hay todavía lugares auténticos para los viajes?
Naturalmente. No es que falte autenticidad, sino que esta simplemente se encuentra en otros lugares que los que pensamos. La palabra “authentis” procede del griego y significa “con sus propias manos”, que originalmente apuntaban a un crimen violento. Auténticamente en el sentido de verdadero fue utilizado a partir del siglo XIII para reliquias.
“Authentica” eran los certificados emitidos por la Iglesia de que se trataba de huesos reales de un santo verdadero. A partir de la veneración de las reliquias, la palabra se convirtió en una clave de autenticidad en el uso del idioma.
Porque lo auténtico -al igual que la reliquia- siempre tiene que ver con la reproducción. Algo debe poder ser copiado para que en realidad pueda ser designado como auténtico. Nadie se refiere al Mont Blanc como auténtico, porque sencillamente es demasiado grande. Lo auténtico son las imágenes de esta montaña y las vivencias. Lo auténtico siempre procede del visitante, de la observadora, no del sitio en sí.
La promesa de sitios auténticos atraviesa al turismo en su conjunto. ¿Por qué se promueve tanto de esa forma?
Simplemente nos gustan las buenas representaciones teatrales. El turismo es una ficción; y todos sabemos que es una ficción, pero al mismo tiempo genera estructuras reales: un sector de servicios multimillonarios.
Se requirió primero de la industrialización y el tren, para que las personas aspiraran a un supuesto retorno a la naturaleza. Así comenzó el turismo, con los grandes hoteles en los Alpes y junto al mar. Ninguna persona iba a recuperarse a las praderas alpinas ni a la playa antes de que trabajáramos en fábricas y oficinas.
¿Por qué los viajeros creían ya hace 100 años que el mundo de antes era en realidad mucho más bonito?
Porque refuerza la vivencia. Si creo que soy (casi) el último que ve algo, mi impresión es especialmente fuerte. El hundimiento de Venecia es anunciado desde mediados del siglo XIX, cuando John Ruskin publicó su gran libro “The Stones of Venice”. En el caso de Ruskin, era aún la amenaza de ocupación por parte del Ejército de los Habsburgo lo que hundiría Venecia.
Actualmente son el cambio climático, los cruceros y el turismo de masas. “Admire Venecia mientras aún existe”: este eslogan realmente es muy viejo, pero continúa funcionando tan bien como antes. Como historiador, esto irónicamente me hace ser bastante optimista.
¿Encaja con esto la impresión, frecuentemente manifestada, de que también en la propia vida las cosas eran mejores en el pasado?
¿Y qué otra cosa son las vacaciones que una promesa de tiempo recobrado? Recibo algo que se me había perdido, no solo supuestamente Alpes originales o playas vírgenes, sino mi propio tiempo de vida, que transcurrí sin ganas en una oficina. Vacaciones son reparación.
Antes de la Primera Guerra Mundial, era un privilegio de personas ricas, que eran las únicas que se lo podían permitir. Recién posteriormente los fascistas italianos y luego los alemanes convirtieron las vacaciones en un eslogan político. Desde entonces, las vacaciones son una especie de privilegio nacional.
La idea de que las vacaciones te devuelven algo que solías tener es una visión, un deseo. No se recupera nada, porque el pasado ya simplemente pasó. Si todo marcha bien, uno encontrará algo nuevo. ¿Pero ocurre esto solo de vacaciones?