“El reloj se paró en agosto de 1974 cuando la guerra, los soldados turcos, nos obligaron a huir y dejar atrás nuestras vidas. Hoy este reloj se derrite”, dice esta grecochipriota, entonces niña de apenas 8 años.
Habla de Varosha, la zona que constituye el 17 % de la superficie total de esta ciudad portuaria en el norte de Chipre. Sus edificios son testigos mudos de la destrucción que causaron los ataques aéreos turcos en el verano de 1974, y en ellos el tiempo se ha detenido al haber estado aislados casi cinco décadas.
El anuncio de la apertura parcial de Varosha, en violación de una serie de resoluciones de la ONU, formulado por el líder turcochipriota, Ersin Tatar, y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, el pasado 20 de julio, levanta nuevas ampollas entre la población grecochipriota y plantea dilemas a sus propietarios legítimos.
"Somos como cobayas en una jaula militar turca de unos 6 kilómetros cuadrados cuyo 3,5 % vuelve del control militar al civil. Han dado el primer paso para su apertura total. Quieren ver nuestra reacción" dice la mujer.
Los grandes dilemas
¿Volver bajo régimen turcochipriota? ¿Malvender nuestras casas? ¿Quién pagará la reconstrucción de nuestras propiedades? Estas son algunas de las preguntas que se plantean los antiguos habitantes y que ahora deben elegir entre una de las tres opciones ofrecidas por los turcos: indemnización, restitución o intercambio.
"Yo voy a volver. Quiero la restitución. Tenemos la obligación de hacerlo porque lo dictan la historia, nuestros progenitores, nuestras memorias y nuestro inmenso deseo de volver. Nosotros somos los legítimos habitantes de Varosha", dice a Efe Xenia Papá, una grecochipriota cuya propiedad está ubicada en ese pedazo de suelo que pasó del estatus militar al civil.
Otros se preguntan: Regresar, ¿cómo? Vivir, ¿dónde? ¿En medio de ratas y serpientes?
El tiempo congelado
"Aquí viví los primeros años 15 años de mi vida" dice Mijalis Loizidis, también antiguo habitante de Varosha. "¡Qué raro es el espacio y el tiempo! Todo alrededor me parece ahora más pequeño".
Son percepciones que siente al reencontrarse con su vida de entonces, unas imágenes descoloridas por la espera. "Siento tristeza y rabia al ver las banderas turcas ondular en nuestras escuelas, nuestros palacios públicos", añade.
No es fácil vagar por este paisaje en un agosto que golpea con 44 grados. El olor del asfalto de las calles recién pavimentadas es sofocante. El silencio sepulcral del abandono tan solo se ve interrumpido por el pedaleo de algunos visitantes que recorren en bicicleta las calles recién estrenadas.
A escasos metros, la calma da paso al ruido de las excavadoras que trabajan para hacer realidad el sueño del Gobierno de Ankara de transformar Varosha en "Las Vegas del Mediterráneo".
"La apertura de Varosha es un discurso dominado por actores poderosos. En mis ojos y en mi corazón, siento Varosha como una violencia constante. Una demostración brutal de poder", dice a Efe la arquitecta turcochipriota Esra Can.
"Como chipriota turcohablante, mi reacción inicial al acceso de excavadoras al barrio vallado fue de incredulidad y dolor hacia una parte de la ciudad que podría convertirse en una herramienta para unir a las dos comunidades", explica.
"El hecho de que ahora se promocione como un destino para el turismo turbio (del juego) es inaceptable, no solo para mí sino también para muchos otros en el norte", insiste y recuerda que muchos famagustinos a ambos lados de la línea divisoria han logrado "desarrollar causas comunes y colaborar en diferentes plataformas".
Junto con varios colegas turco y grecochipriotas han creado un proyecto llamado "Hands on Famagusta" dedicado a visualizar un futuro urbano común para una Famagusta unificada, "allanando así el camino para la colaboración y cohabitación futura en un Chipre postconflicto.
"Nosotros queremos vivir juntos pero nuestros líderes a ambos lados no nos escuchan. También la comunidad internacional hace la vista gorda a esta realidad tan evidente", dice Mehmet, un turcochipriota de 56 años.
“¡Que alguien entre los poderosos del mundo nos ayude! ¡Que escuche nuestra voz!”, clama.