“Si pudiera escoger, seguro que no sería repartidor. Es un trabajo demasiado peligroso”, suelta entre dos pedidos Zhuang Zhenhua, ya con el casco en la cabeza y listo para arrancar su moto hacia un restaurante de Pekín.
En China, el sector de la comida a domicilio es especialmente popular y la pandemia ha acelerado la tendencia. En un país ultraconectado, el sector genera 664.000 millones de yuanes (casi 104.000 millones de dólares), según una federación local.
Cada día a la hora del almuerzo, un ejército de repartidores a dos ruedas se despliega por las calles del país para saciar el apetito de millones de trabajadores.
Los gigantes tecnológicos dominan esta industria floreciente, respaldados con un arsenal de aplicaciones y algoritmos.
Pero ante la presión impuesta por estas plataformas, que a menudo incentivan la conducción peligrosa, las autoridades anunciaron en julio nuevas reglas para garantizar a los repartidores un salario superior al mínimo legal y unos ritmos de trabajo razonables.
Antes de la intervención de las autoridades, habían estallado varios escándalos que expusieron a la luz pública la precariedad de este colectivo.
A principios de año, uno se inmoló con fuego en el este de China tras un supuesto conflicto con su empresa por la remuneración.
Trabajaba para Ele.me (“¿tienes hambre?” en mandarín), uno de los líderes del sector. El asunto generó gran revuelo.
“Responsables”
Pero las mejoras en el terreno tardan en llegar, según los testigos de una decena de repartidores contactados por AFP.
“Antes, la aplicación daba de 40 a 50 minutos para un pedido (...) Ahora no da más que 30 minutos para una entrega en un radio de 2 kilómetros”, protesta Zhuang, que trabaja para Meituan, otro gigante de la comida a domicilio.
Para mantener el ritmo, este hombre en la cuarentena asegura que no tiene otra opción que “ir muy rápido, saltarme semáforos en rojo o conducir en sentido contrario”.
Y es que si superan el plazo marcado, los repartidores deben pagar una multa.
Muchos sienten que están poniendo su vida en peligro a causa de los algoritmos, estos programas que funcionan como cerebro de un buen número de aplicaciones y servicios digitales.
Los algoritmos determinan qué pedidos asumen en función de su posición geográfica y fijan el plazo de entrega. También permiten hacer recomendaciones a los clientes en función de sus costumbres y preferencias.
Liu, otro repartidor que no quiso dar su nombre completo, asegura que el plazo incluye el tiempo de preparación del plato, un factor que no está en sus manos pero que puede penalizar sus ingresos.
Si hay un retraso en la cocina, “los repartidores son responsables”, suspira este hombre de 40 años.
“Nadie quiere pagar”
Interrogado por AFP, Meituan asegura que los plazos de entrega se calculan “teniendo en cuenta la seguridad de los repartidores como prioridad, respondiendo a la vez las necesidades del consumidor”.
La plataforma, con más de 600 millones de usuarios en China, añade que sus empleados pueden recurrir cualquier multa que consideren injusta.
Esta industria descansa esencialmente en el trabajo de migrantes, a menudo poco cualificados y originarios de zonas rurales que van a las ciudades esperando mejorar sus condiciones de vida.
Pero una vez llegados a las megaurbes chinas, se convierten en mano de obra muy barata para estas empresas, y fácilmente reemplazable.
“Todo el mundo quiere que los repartidores sean mejor tratados, pero nadie quiere pagar por ello”, dice la especialista de cuestiones digitales Kendra Schaefer, de la consultoría de estudios Trivium en Pekín.
Pocos clientes atienden, por ejemplo, la opción de algunas aplicaciones para ampliar el tiempo de entrega.
“Un algoritmo se hace para maximizar la eficacia. Desgraciadamente, a medida que la sociedad se moderniza, esto se hace en detrimento del ser humano”, dice Schaefer.