El ciudadano iteño Sergio Núñez –de raigambre colorada– expulsó ignominiosamente de su casa al candidato de ese partido a senador Ángel Ramón Barchini, a la concejal de Ñemby Giani Ramírez, candidata a diputada, y a un grupo de seguidores. Sus visitantes le habían traído “la posibilidad de tener un presidente decente, como Santi Peña”, pero tuvieron que salir con el rabo entre las piernas, tras ser tildados de “prebendarios, zánganos y hurreros”. Según el indignado compatriota, no habrían tenido la “altura moral para venir a hablar a un paraguayo” al que le quitan el pan para vivir bien. Su enfado contra los que “quieren avasallar con mentiras” alienta la esperanza de que, más temprano que tarde, este país se libre de los farsantes que se aprovechan de la ignorancia perpetuada, por ejemplo, por un sistema educativo tan desastroso como el sanitario.
“Solo un Estado organizado y fuerte, protector de sus artistas, pensadores y científicos, es capaz de proveer el progreso material y moral de una nación… Y ése no es nuestro caso”. Sentencia de Arturo Pérez-Reverte en boca de Pedro Zárate, protagonista de su novela “Hombres buenos”.
La ruta nueva, inaugurada hace apenas un par de meses, aparecía ante nosotros invitando a imprimirle velocidad al vehículo y empezar a disfrutar de los paisajes, quizás ya conocidos, pero esta vez desde una perspectiva totalmente nueva. Curvas suaves para llegar hasta Ñumí, que recordábamos más grande, y posteriormente una recta de varios kilómetros hasta alcanzar Caazapá, a la que se accede conduciendo kilómetro y medio a partir de la ruta principal por un desvío impecablemente señalizado.
Cometer errores, tanto en lo laboral como en lo académico, resulta inevitable en el día a día. Sin embargo, dependiendo de la situación, las equivocaciones pueden ayudar al crecimiento personal o convertir nuestro potencial en una nueva inseguridad.
La realidad de nuestro país regala pizcas de ilusión: movimientos juveniles que luchan por la igualdad y el medioambiente fortifican la esperanza. Pero, lastimosamente, todo se ve opacado por la mediocridad de la gran mayoría; es hora de sobresalir.
La tugurización de Asunción avanzó con la idea de que el “progreso” -como en las épocas del dictador Alfredo Stroessner- significaba “hacer obras”. Construir cualquier cosa que a la postre significó solo “el progreso económico” de quienes la hicieran: mercados de abasto, calles pavimentadas o edificios municipales de cualquier envergadura, que se encuentran hoy en estado de colapso. Sin mantenimiento, inseguros, ruinosos y sucios. Como el resto de la ciudad.