10 de enero de 2025
SALAMANCA. Me crié en un colegio religioso, de curas muy rigurosos y severos. No nos perdonaban una. Los sábados a la mañana nos llevaban a la iglesia para darnos un sermón y prepararnos a confesarnos para comulgar el domingo. El tema podía ser cualquiera pero a los pocos minutos, indefectiblemente, se desembocaba en el tema del sexo, el gran pecado, el que nos llevaría al infierno o, si teníamos un poco más de suerte, nos volveríamos locos; corríamos el peligro de convertirnos en aquellos caballeros medievales que por pensar siempre en su amada, se les cristalizaba la idea con todas sus funestas consecuencias.