El deseo más intenso del ser humano es ser feliz y procura realizarlo por variados caminos. Las falsas alternativas rondan peligrosamente al espíritu humano, y no hay que dejarse engatusar por las vanidades ni tampoco por el aplauso de los aduladores.
Esta es la cuarta parte del discurso sobre el Pan de vida, y Jesús afirma: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él”.
Escuchamos estas inquietantes palabras de Cristo: “Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre». Jesús dijo esto porque ellos decían: «Está poseído por un espíritu impuro».
Celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, que es la característica central del cristianismo: la fe en un solo Dios, no en una sola Persona, sino tres Personas, de la misma naturaleza e iguales en dignidad. Esta revelación la hizo Jesucristo, segunda Persona de la Santísima Trinidad, ya que el ser humano, por su capacidad cerebral, organización y experiencias, jamás conseguiría descubrir esta dimensión íntima de Dios. Reitero, es una revelación divina que el Señor la hizo libremente, porque juzgó oportuno: no es una invención de quien quiere que sea. Recordemos que “revelar” significa “quitar el velo”, que cubre el rostro de una persona.
El Evangelio sostiene: “Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios”, indicando que Él volvió a su trono de gloria, una vez terminada la misión que el Padre le había encomendado.
Jesús muestra una comparación, en donde Él es la vid y nosotros los sarmientos. Al final, manifiesta que “la gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante y así sean mis discípulos”.