Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó qué mandamiento era el primero de todos. Seguramente, porque él se sentía confundido en el enmarañado de los 613 mandamientos de su ley, en donde 365 (uno por cada día del año) sostenían que “no” se debía hacer tal cosa, y otros 248 afirmaban que “si” era para practicar otra cosa.
El Evangelio sostiene: “Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios”, indicando que Él volvió a su trono de gloria, una vez terminada la misión que el Padre le había encomendado.
Jesús muestra una comparación, en donde Él es la vid y nosotros los sarmientos. Al final, manifiesta que “la gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante y así sean mis discípulos”.
Jesús resucitado aparece a sus discípulos al atardecer del primer día de la semana, es decir, el domingo, y es por esto que nosotros lo celebramos como “El día del Señor.” Así, el domingo es el día por excelencia para reunirse con los hermanos de fe y festejar juntos la vida nueva en la Eucaristía, la acción de gracias por la maravillosa generosidad de Dios.
Celebramos el Domingo de Ramos, que es la entrada triunfal de Jesús en la ciudad de Jerusalén, donde va a manifestar su extrema fidelidad a Dios, y su amor al ser humano, aceptando los tormentos de la cruz.
Cuando usamos la palabra “mundo”, sentimos una dificultad de dar una interpretación única, pues ella comporta, al menos, dos opuestos.