Hasta hoy, ningún candidato presidencial ha dicho lo que su Gobierno haría en concreto con el transporte público de la Gran Asunción, como si el tráfico capitalino fuera fluido, el drama de los usuarios fantasioso y el subsidio intrascendente. Efraín Alegre se limitó a tuitear en febrero que el sistema incide directamente en la calidad de vida, que ningún Gobierno se animó a cambiarlo y que el suyo lo hará: solo falta saber de qué manera, pues él no lo aclaró, ni lo hicieron los demás candidatos. Lo cierto es que el creciente número de vehículos automotores particulares a los que se debe recurrir ante el deficiente servicio del transporte público, hace que su desplazamiento se entorpezca y aumente la polución ambiental, que los usuarios deben soportar largas esperas –muchas veces causadas por “empresarios” chantajistas– antes de abordar unos ómnibus maltrechos y que, en fin, el Estado subvenciona el calamitoso sistema con el dinero de los contribuyentes de todo el país.