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El obispo de la Diócesis de Caacupé, monseñor Ricardo Valenzuela, presidió la misa de las 7:00 de este domingo en la Basílica de la Virgen de los Milagros de Caacupé en el marco de la fiesta patronal diocesana y clausura del Mes de María. Pese al frío, la celebración eucarística reunió a miles de católicos de las diversas parroquias del tercer departamento, encabezadas por las sagradas imágenes de santos y advocaciones marianas que veneran.
“Sabemos que persisten entre nosotros las fuerzas del mal y del pecado. Y eso destruye nuestra convivencia ciudadana y afecta la comunidad de la fe. De hecho, la pérdida del sentido ético y del bien común, los distintos ámbitos de corrupción que siguen imperantes, la dinámica de la droga y su tráfico; ya no somos solo un corredor, sino parece que ya exportamos (las drogas)”, expresó en un pasaje de su extensa prédica el pastor de la diócesis cordillerana.
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Añadió que forman parte de estos males y pecados los distintos ámbitos donde encontramos situaciones de extrema necesidad, como de los campesinos y obreros, así como los atentados contra la vida de tantas personas inocentes e indefensas.
“El flagelo del abuso de niños y adolescentes debe ser combatido con toda la ley ¡Qué mal estamos en este punto!”, exclamó con énfasis monseñor Valenzuela.
“Y ni qué decir las mujeres agredidas, que claman por la liberación integral del hombre paraguayo”, acotó.
“Redoblamos nuestro llamado a asumir posturas que ayuden a quitar, a erradicar estos males que hieren profundamente a la familia, nuestra familia”, expresó.
En otro momento, abogó “por un Paraguay, por nuestra Patria, en esta hora crucial en la que no vemos, no se avizora un horizonte claro en la lejanía, para que nuestros representantes de la justicia busquen con sincera generosidad y sin tardanza, por encima de otros intereses, el bien de todos los paraguayos”.
Oración del obispo
Monseñor Ricardo Valenzuela hizo oraciones en partes de su mensaje ante miles de católicos. En una de ellas pidió el abrazo protector y consolador de la Virgen María.
“Querida Madre, como pastor de este pueblo, de esta tierra de Caacupé, te pido que abraces especialmente a los más vulnerables, a nuestros queridos ancianos, a nuestros abuelos. Que tu abrazo llegue también al corazón de los jóvenes, de nuestros niños, a nuestras familias.
Te pido que abraces a nuestros sacerdotes, a los diáconos, a los consagrados y consagradas, a los seminaristas.
Que abraces a nuestras autoridades, presentes también aquí. A los trabajadores, a las organizaciones sociales, pero, de un modo especial, a todos los fieles y vulnerables de nuestra diócesis, de nuestra querida Cordillera. Sí, madre, abrázanos, queremos seguir caminando juntos”, expresa su oración.
Dolor de familias paraguayas
La familia paraguaya tiene mucho dolor, hasy. Y eso nosotros lo sentimos aquí a los pies de la Virgen; hay mucho dolor dentro de las familias porque necesita urgente de valores. Debemos redescubrir lo que somos para dar, desde allí, muestra de dignidad a través de los valores, expresó en otro pasaje de su prédica monseñor Ricardo Valenzuela.
Hay que mirarse uno por dentro, tenemos que revisar nuestra realidad, cada uno con los suyos, sus valores, sus límites y sin miedo, porque el miedo te paraliza y no te permite avanzar en el camino, enfatizó.
Añadió que en el fondo del corazón todos deseamos hacer el bien, pero que es posible si no redescubrimos nuestra identidad de personas, de hijos de Dios.
“Tenemos que ser valientes nosotros al asumir o para asumir nuestra parte de responsabilidad en los males que hieren a esa institución fundamental de la sociedad y del Estado, que es la familia que, como vemos, está quebrantada”, dijo.
Aquí hoy, la Virgen nos anima seguir caminando, a no detenernos. El abrazo de la Virgen nos regala su ternura de madre que nos da fuerzas para continuar esta peregrinación en esta vida como un viaje cuyo horizonte es la casa del padre. El abrazo de la Virgen fortalece nuestra fe, anima y encamina nuestra esperanza y llena nuestro corazón, muchas veces ya vacío, endurecido, indiferente, nos llena de amor, ella, señaló.
En esta mañana, en que la Virgen nos mira con especial ternura, nos dirigimos a ella y la invocamos. Le pedimos por la Iglesia; le pedimos por la persona e intenciones del santo padre, el Papa; le pedimos por la paz, la paz de las conciencias; la paz en las familias; la paz en el mundo, fruto de una justicia, como bien lo dijo el papa Francisco: es un don de Dios, siendo tarea nuestra invocarla, acogerla y construirla cada día con su ayuda, expresó en otro pasaje.
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Le pedimos por nuestra diócesis, por su obispo, sus sacerdotes, sus diáconos, consagrados y laicos. Le pedimos por nuestros pueblos y sus autoridades y que cuide de los pobres y de los que sufren, señaló.
La Iglesia que camina, abre puertas y construye puentes
Monseñor Ricardo Valenzuela destacó que la Iglesia celebra en el 2024 el año dedicado a la oración con el lema: “Señor enséñanos a orar”. También resaltó la proximidad del gran jubileo del año 2025 y el desarrollo del sínodo de la sinodalidad “del que estamos siendo partícipes en estos momentos”.
Ese sínodo no se detiene, sino reinventa a partir de las nuevas circunstancias desde las cuales Dios nos desafía a que abramos nuestros ojos y los oídos para ver y escuchar, escuchar, sobre todo, lo que el espíritu le está diciendo a toda la Iglesia.
Indicó que la Iglesia en Paraguay nos pide escuchar los gemidos y los gritos de la tierra y de los pobres.
En este día de fiesta, en nuestra fiesta se pone de manifiesto, se devela nuestra identidad; somos una Iglesia que camina. Caminamos, sentimos que nos cae muy bien el primer nombre con que se conocieron los cristianos. Conforme a los hechos de los apóstoles, se les llamaba los del camino, explicó el obispo.
Esto significa que construimos la Iglesia en la medida que somos capaces de caminar juntos, es decir, de hacer sínodo, que no desemboque en una uniformidad, sino en la unidad amasada en la diversidad.
“Virgen de Caacupé, señora que caminas con nuestro pueblo, posta del peregrino, te pedimos desde lo más profundo de nuestro corazón, madre, abrázanos porque queremos seguir caminando, expresó.
Hoy, como María, nos ponemos nuevamente en caminos sin perdernos en senderos que no conducen a ningún lado, sin entretenernos en discusiones que son inútiles porque no tocan la realidad; sin las nostalgias y añoranzas del pasado, que nos detienen, nos frenen y nos impiden caminar. Sin quedarnos sentados esperando quién sabe en qué condiciones ideales para arriesgarnos a cumplir la misión.
La Iglesia que prolonga el misterio de la visitaron de la Iglesia peregrina, la Iglesia que humaniza, la Iglesia abierta al mundo, la Iglesia que escucha a Dios, que habla de la realidad y que capta los signos de los tiempos, Iglesia que ve, que escucha y se compromete, Iglesia que abre puertas y que construye puentes.
Vocación fundamental: Amar y ser amado
Monseñor Valenzuela dijo que la vocación fundamental del ser humano: amar y ser amado, parece que está relegada de la lista de las prioridades de nuestra sociedad. “Nos hemos olvidado un poco de nuestro compromiso y sí, queridos hermanos, nos hace falta más amor, nos hace falta más ternura, nos hace falta más afecto, más misericordia, más misericordia”, subrayó.
Hay una anemia, una debilidad, una enfermedad, una anemia afectiva, que se manifiesta como una especie de globalización de la indiferencia, un individualismo y egoísmo irritantes, nos molesta.
Agregó que el abrazo trae alivio en las tensiones, consuelo en las aflicciones, ánimo que quita los miedos, disipa y hace desaparecer las emociones negativas. El abrazo es contención, es protección, es afecto sincero.
“Por eso le pedimos a nuestra madre: Madre, abrázanos. Queremos seguir caminando juntos, con tu abrazo sana nuestras heridas de las familias, especialmente aquellas heridas que provienen de tres hechos fundamentales: la primera, ya no le inculcamos a nuestros hijos el amor a Dios y el amor al prójimo; segundo: no sabemos personar, le creemos más a las enseñanzas del mundo que a las promesas de Dios, que ha creado todo en orden y belleza y, tercero, queridos hermanos, porque ya le quitamos a Dios de nuestro corazón. Por eso le suplicamos: Madre, con tu abrazo alivia nuestros dolores”, reflexionó monseñor Ricardo Valenzuela en otra oración durante la homilía.