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- ¿De qué habla “Concebida en la clandestinidad”?
- Es la historia real de mi familia y mía personal. Soy la menor de tres hermanas. Soy escribana, madre de cinco hijos. Mi madre trabajaba en la escribanía de mi abuelo, sus hermanos escribanos también. En la escribanía hoy solamente uno sigue, Raúl Casabianca. Tiene 95 años. Tiene un hijo y una nieta también escribanos. Tengo varios primos en la profesión, un hijo inclusive...
- Casabianca, un apellido muy conocido, Rafael Casabianca...
- Rafael Casabianca era el hermano de mi mamá, pero ellos también tenían otro hermano, Luis Casabianca...
- El comunista...
- Y bueno, mi padre, Ignacio Benigno Fernández Barrios, también. En el libro hago justamente un relato de la relación que tuve con mi padre al que conocí cuando estaba preso en la Comisaría Tercera. Pasó 4 o 5 años ahí. Yo nací estando él preso. La tapa del libro es la foto de la celda que está en el museo de la memoria. Y hago también un relato de su regreso al país del exilio décadas después.
- Estaba prohibido ser comunista en esa época...
- Él cayó en enero de 1964 y estuvo 4 años hasta que salió después de una huelga de hambre. Lo recuerdo saliendo del Policlínico Policial (Rigoberto Caballero) en andas, del brazo de mis tíos Rubén Fernández y Rafael Milciades Casabianca. Cuando él sale, sale como un fantasma, piel y hueso... Cuando sale se queda un tiempito con nosotros. Al cabo de un tiempo se autoexilia porque lo siguen acosando. Me acuerdo que mi madre lloraba cuando él se despedía desde las escalerillas del avión que le llevó a Uruguay. Era amigo y compañero de ideales de mi tío Luis Casabianca (murió el 29 de octubre de 2015) al que conoció en el Colegio Nacional y siguieron juntos la carrera de Derecho. Tío Luby le decíamos nosotros. Papá hizo su primaria en el Colegio San José. Y bueno, se hicieron primero febreristas y luego comunistas.
- En los sesenta era muy fuerte la influencia de la revolución castrista en Cuba y la figura del Che Guevara...
- Eran los tiempos de esos encuentros clandestinos. Tenía que esconderse. Era perseguido en forma sistemática...
- ¿Cómo se llamaba su madre y cómo se conocieron?
- Mamá se llamaba Gladys Elena. Ella murió el 10 de diciembre de 2018. El amor nació así: Mi tío Lubi (Luis Casabiana) le llevó a la casa a su compañero. Su compañero le echa ojo a la hermana (mi madre) que le estaba esperando al novio que estaba en Chile. Ya sufría mi abuelo por tener un hijo comunista, tío Lubi, y para colmo la hija mayor se casa con un comunista. Ella, enamorada de sus ideales, de él, de lo que fuera, se le une sin pensar en el martirologio en que se convertiría su vida...
- Siempre perseguido...
- Con decirle que yo conocí a papá en la prisión. Nunca entendí porqué papá estaba detrás de las rejas y rodeado de policías (en la Comisaría Tercera). Era estremecedor.
Cuando yo nací mi mamá me llevó a la cárcel para que él me conozca. Nos llevaba por turno con mis hermanas Liz y María Eugenia. Los domingos, nuestro programa era ese: ir a visitarle. Había 2 rejas y él más atrás, flanqueado siempre por dos guardias. Un día volviendo de una de las visitas domingueras cobraron sentido en mí las idas y venidas de mamá al mediodía. Había sido que le llevaba la vianda todos los días. Comprendí así la expresión lastimera en su rostro cuando dijo un día estar al borde de la locura. Mamá sufría lo que hoy se conoce como depresión, estrés, porque además tenía que trabajar para mantenernos. Tenía que ir a la cárcel a llevarle la comida a su marido. Además, convivía en un ambiente en el que tenía que fingir sobre la verdadera vida que tenía que ocultar...
- Casi no convivieron normalmente entonces..
- Fueron años de martirologio. No se podía llamar matrimonio.
- Recién casado, pero de cárcel en cárcel. Un calvario para la esposa...
- Ella hacía todo tipo de sacrificio para sacarnos adelante. Eran tiempos de una persecución despiadada, especialmente a los comunistas. Mi madre asumió la responsabilidad de nuestra crianza. En mis tiempos de estudiante mis compañeros por curiosidad me preguntaban: “¿A qué se dedica tu papá? “Es abogado”, les respondía. “Trabaja en el extranjero”, les decía. No podía decirles: “Nosotros somos esto, somos aquello...”. No hablaba del tema. Y lo que uno se guarda y se traga en algún momento explota.
- ¿En qué colegio?
- Yo entraba en el Colegio Internacional. Tenía compañeros de familias estrechamente ligadas al sistema imperante. Yo no podía contar mis orígenes como ellos lo hacían con toda libertad. Teníamos que llevar una especie de doble discurso. Siempre teníamos que fingir. Durante años, por no decir la vida entera, fingimos que todo estaba bien mientras que la realidad era otra. Esa condición marcó mi infancia y juventud. O sea, todo tenía que ser color de rosa, pero nosotros sufrimos mucho. Mi hermana tuvo un surmenage. Tardó años en recuperarse. Cada cual teníamos nuestros mambos, pero nos tragábamos todo. Yo vivía con mi madre y mis hermanas. Nosotros íbamos al Internacional. Nuestros primos estaban en el San Andrés y en el Goethe...
- Eran los mejores colegios, los más caros...
- Tenía compañeros que eran hijos de ministros, por ejemplo, de Montanaro, de Pastor Coronel, de militares... Yo me casé con el hijo de un militar colorado. Era como el matrimonio entre una judía y un nazi, pero como éramos amigos y compañeros de colegio crecimos juntos hasta que nos unimos. Podía tenerle mucha rabia. Inclusive, Stroessner fue testigo de casamiento de su hermano mayor. Yo le decía a mamá: “Mamá, el Presidente va a ser testigo: ¿yo me puedo ir?”. Ella me dijo: “Es el hermano de tu novio. Tenés que ir, pero andate cuando se retiren esas personas (las autoridades)”. Era muy diplomática ella. Pero también escuchaba que en su séquito estaban esas personas que torturaban a los presos.
- ¿Dónde vivían ustedes?
- En Las Mercedes...
- Era el barrio “chuchi” de la época...
- Era casa de mi padre que era herencia de su padre también. Imagínese mi madre, cuyas primas estaban todas bien casadas, bien posicionadas, todo el entorno familiar lo mismo. ¿Quién podía pensar que mi madre estaba casada con un comunista, con un marido preso por años primero y después por décadas exiliado? Imagínese tener un padre comunista en tiempos de Stroessner.
- ¿Dónde trabajaba su padre cuando no estaba preso?
- Era abogado. Trabajaba con mi abuelo escribano, pero luego renunció. Por política no podía asumir algunos casos.
- ¿Cuántos años tenían cuando se casaron?
- Mi mamá tenía 29 y él 27. Yo creo que mi madre estaba enamorada de los ideales de su hermano (Luis) y luego ve en este muchacho, mi padre, ese ideal de su hermano al que admiraba muchísimo. Mi papá hablaba muy bien. Era también licenciado en Filosofía, pero yo no podía admirar a un hombre que abandonó a su familia y encima yo tenía que ocultar que existía. Yo fui concebida en la clandestinidad y luego me dicen que ese que estaba detrás de los barrotes de la Tercera era mi padre.
- ¿Se fue del país y abandonó a su familia?
- En 1968 se fue. Yo pensaba que nos abandonó con la excusa de su persecución. Mi padre formó otra familia, otros hijos (en Argentina). Yo le vi a mi mamá íntegra a pesar de tener que vivir en la sociedad sin su marido exiliado y con la responsabilidad de salir adelante sola y educar al mismo tiempo a sus tres hijas. A mí me costó mucho adaptarme a su presencia cuando volvió del exilio en 1988, poco antes de la caída de Stroessner. En 1989 se empieza a acercar a nosotros. Eran encuentros muy forzados...
- ¿Por qué?
- Cuando él vuelve y quiere restablecer una relación a mí me costó mucho. Recién cuando muere me salió todo ese rechazo que me generaba. Me costó aceptarlo como padre. Esa niñez, esa separación, esa falta de un padre me dejó muchas secuelas. Figúrese, desde que se fue cuando yo tenía 4 años lo volví a ver en Buenos Aires en 1987, 19 años después, cuando viajé con mi madre. Me quedé muy confundida, no puedo decir contenta. Me sentía más cómoda con las referencias que hacía mi mamá de él: “Es un idealista, un luchador, una persona inteligente”. Era diferente verlo de carne y hueso, encima hablando hasta por los codos. Es tanto lo que duele el recuerdo y cómo se desmorona lo idealizado ante la realidad...
- ¿Y cuando se instaló definitivamente en el país?
- Cada hermana tuvo su reacción y su proceso. Creo que a la que más me costó fue a mí. Al principio nos visitaba en forma casual o por un cumpleaños o algún día especial. Sin darme cuenta, las visitas se hicieron más frecuentes. Me visitaba semanalmente. Diplomáticamente siempre guardé distancia. Pasaron como 20 años cuando me dije a mí misma: “Qué bueno disfrutar de su compañía sin cuestionar tanto su fidelidad a mi madre”. Al principio pensaba que si aflojaba y era amable con él me volvía desleal con ella, una mujer a la que vi sufrir tanto por su partida, su abandono, encima con el estigma de ser esposa de un comunista.
- Usted ya era casada...
- Sí, ya estaba casada y con una hija desde que se acercó al regresar del exilio. Con el tiempo, con más naturalidad asistía a más reuniones sociales, a los cumpleaños infantiles. Todo se fue relajando. Noté que él habrá querido recuperar el tiempo perdido. Siempre repetía que mis hermanas y yo fuimos concebidas con amor y que no nos olvidáramos de eso.
- Lo que ustedes no tenían en cuenta es que fue la crueldad de los represores lo que los separó y cambió su destino...
- Es lo que entendimos después. Yo pensaba que yo era la culpable, pero era el régimen que nos hizo sentir así. Era una pesada carga vivir con la mentira. Fue un régimen que dejó en mi familia heridas profundas, un estilo de gobierno que jamás debería repetirse. Con este libro finalmente lo que hago es una catarsis para superar estas heridas del alma. Con su regreso al país en busca de su familia original y su reencuentro, él pone en evidencia que la tiranía pasada no lo desmoralizó a pesar del tremendo castigo al que lo sometió.
- ¿Cuándo murió su padre?
- En el 2020. Tenía 90 años. Estuvo 7 años postrado. Andaba con sonda gástrica. Fue terrible. No sé cómo pudo soportar tanto. Es cierto, es un tiempo que ya se fue, pero dejó huellas muy profundas en muchas familias de nuestra sociedad. Terminé de convencerme de que no fue por las ideas de mi padre que él nos dejó. Fue por el contexto. Fue el régimen el que impidió que yo no pudiera tener una familia completa. El libro lo escribí una tarde después de su muerte. Me hace acordar de mi cumpleaños el 30 de setiembre de 2013 cuando cumplí 49.
- ¿Qué pasó?
- Se fue a almorzar y yo, como siempre, deseaba que se fuera pronto. Ese día, sin embargo, fue diferente. Llegué casi al mismo tiempo que él. Lo vi en la calle caminando despacio, encorvado, con dificultad. Había viajado en micro desde Itauguá. Me conmovió ese sacrificio que hizo para venir a saludarme así tan desmejorado. Corrí como una niña hacia él y lo abracé con fuerza. Se apoyó en mis brazos para caminar hasta el portón. Comencé a tenerle más paciencia. Mi mamá refunfuñaba entre dientes porque acaparaba el micrófono (la conversación). Al año siguiente, se fue de nuevo a mi casa. Estaban mis amigas, primas, vecinas y familiares. Uno de mis hijos hizo sonar un vals. Bailé por primera vez el vals con él, mis hermanas también. Fue como una sanación para mí. Ya había superado todo lo que mi madre sentía. En otra ocasión fuimos a un parque zoológico en Itauguá. Había juegos para niños, una calesita y unas hamacas. Mi hermana Liz y yo nos subimos, no paramos de reír y mirar a nuestro papá que celebraba con una sonrisa y nosotros imaginándonos que volvíamos a ser niñas.
- ¿Su padre y su madre se volvieron a reconciliar?
- Se volvieron a arreglar un año antes de que muriera Luis Casabianca (2015). Se quedaron como amigos otra vez como en su juventud antes de que falleciera mi tío.