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Normalmente alrededor de 120 guardias, distribuidos en tres grupos de 40, se encargaban de la seguridad de los internos de la Penitenciaría Nacional de Tacumbú, pero desde el 11 de octubre último, luego del amotinamiento liderado por los miembros del clan Rotela, la mayoría de los trabajadores penitenciarios se negó a volver a sus puestos.
Los guardias requieren garantías para ingresar de nuevo al reclusorio, el cual permanece en poder de la organización criminal clan Rotela, cuyos miembros siguen en posesión de algunas armas de fuego que robaron de la armería del penal durante la revuelta del 10 de octubre último.
Actualmente unos 12 guardias se encargan de la seguridad del penal mayor del país, es por eso que el director general de Establecimientos Penitenciarios, Rubén Peña, dispuso que sean trasladados a Tacumbú algunos centinelas que trabajan en las regionales del interior. Más ahora que el ministro de Justicia, Ángel Barchini, cedió ante las presiones del clan Rotela y dispuso la reapertura de Tacumbú para recibir nuevos internos.
El ingreso de nuevos presos generará mayor hacinamiento, lo que a su vez brindará mayor seguridad al líder del clan Rotela, Armando Javier Rotela Ayala, quien teme una intervención policial para sacarlo de Tacumbú.
Sin embargo, los guardiacárceles del interior se mostraron reacios a cumplir esa directiva por el temor a tratar con los miembros de la organización criminal citada, quienes convirtieron el penal en su base de operaciones y manejan grupos de sicarios conocidos como “Linces” que operan en el interior y afuera del penal.
Hay temor
Los custodios que permanecen apostados frente al penal de Tacumbú, para exigir garantías para volver al trabajo, se muestran bastante temerosos al hablar del poder que ejerce Armando Javier Rotela Ayala en el penal y fuera de él.
Los trabajadores aseguran que los criminales tienen ubicadas sus casas y conocen a todos sus familiares.
Los huelguistas también denunciaron que las autoridades del Ministerio de Justicia escucharon cada uno de sus reclamos, sin embargo, jamás movieron un dedo para intentar solucionar, dicen.