Un ser rubio de ojos azules se llevó a mi hermanito y nos sumió en gran tristeza

Esta es una historia de ficción: Sus rizos se veían desde la ventana y una sola vez estuvimos cara a cara, pero él hizo más que verme. Llevándose a alguien que amaba mucho, me dejó solamente con la compañía de la tristeza y el terror que sintió mi madre.

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Esos cabellos dorados, misteriosos y encantadores se combinaban perfectamente con el atardecer rosado, mientras pintaban el horizonte que yo veía a través de mi ventana. Me preguntaba de quién será esa melena que se colaba en mi paisaje pero, si me acercaba a la ventana, este ser huía y sus pasos acelerados resonaban desde el techo hasta mi corazón.

Esta no era la primera vez que me quedé a observar detalladamente esos rizos rubios que tenían algo espectacular y un toque de tenebrosidad. Tampoco mamá se enteró de que, en el techo, alguien se recostaba de cabeza cada tarde, alguien que tenía el pelo largo que caía como cascada hasta la ventana, ya que ella siempre dormía su siesta.

La casa ya no era la misma desde hace un tiempo. Mami se despertaba de madrugada atemorizada al ver a nuestras gallinas sin vida, algunas veces amanecían sin cabeza o corazón. Nadie sabía quién podría cometer esta clase de fechorías, pero el temor caminaba por la sala, la cocina y las piezas, como si fuera el dueño de la casa.

Los únicos momentos en los que mis manos no temblaban y el miedo se esfumaba, dejando escasos mis escalofríos, a los que me estaba acostumbrando, eran los atardeceres. El sol, que me daba directamente, me devolvía el calor y el color de la vida, mientras esa vista se tornaba más hermosa a cada instante.

De rosa a azulado, el cielo se convertía mientras llegaba la hora en que el ser misterioso se iba, como cada tarde. Un paso, luego otro más despacio, lentamente yo avanzando hasta la ventana sin ser notado. Casi no le vi el rostro en ese efímero momento, pero me di cuenta de que tenía un bastón reluciente y unos ojos azules, los primeros que había visto en toda mi vida; luego, con pasos que sonaron más rápidos y fuertes que nunca, él se esfumó.

A la mañana siguiente, ya no escuché el cacareo para despertarme. Un cementerio horrible se veía desde afuera y mamá trataba de no llorar al consolar a mi hermanito. Ni una gallina sobrevivió al ataque del malvado ser.

Mi mente estaba más nublada que nunca, pero ya tenía las cosas claras; decía en mi cabeza "de ojos azules y pelo rubio, ¡quién pio sos, que venís a asustarnos y luego, en los atardeceres, te relajás!".

La tarde llegó y esta vez mamá no durmió la siesta, sino que salió en busca de la ayuda del pa'i Olmedo, su agua bendita era la única esperanza ante cualquier aña pyhare. Su voz argel no se encontraba para retarle a Juan, mi hermanito, y él rompió la regla de no salir a jugar al patio por la tarde, como mami siempre mandaba.

Desde esa vez, los rizos de Jasy Jatere no volvieron a aparecer frente a mi cálida ventana y tampoco mi hermanito regresó a nuestra casa.

Por Eliseo Báez (16 años)

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