¿Un encendedor, papeles de seda y chicles de menta? Algo va mal

Este es un relato de ficción: El reloj marcaba las siete y Jeremías no regresaba del colegio, recordé lo que había encontrado en el bolsillo de su pantalón el día anterior: un encendedor. Me invadió la preocupación al considerar que podía estar fumando.

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Después de unos minutos, por fin se abre la puerta; ya sé que se trata de mi hijo, entra a la cocina donde me encuentro preparando albóndigas para la cena. Me saluda con una leve sonrisa y yo mantengo la seriedad; lo observo sin que él lo note, masca un chicle, tiene la mirada perdida y los dedos manchados de color gris.

Le pregunto de dónde viene y, con ironía, dice, “de la calle” ; indignada por su respuesta, me siento a su lado, suspiro hondo y lo miro. Mi olfato inmediatamente detecta el aroma a menta, goma de mascar y algo más... tabaco. Ya sé dónde ha estado y qué estuvo haciendo.

Prefiero no regañarlo; mi hijo tiene 17 años y solo faltan unos meses para que cumpla la mayoría de edad. Como madre, espero que mi niño ponga en práctica todo aquello que le enseñé; mi petición de todos los días es que él pueda ser una persona honesta y con formación académica.

Cuando entro a su cuarto para recoger la ropa que voy a lavar, encuentro a Jeremías durmiendo profundamente, agarro su uniforme y unas remeras; sin hacer mucho ruido, salgo de la habitación. Como de costumbre, reviso los bolsillos de sus pantalones y, antes de meterlos en el lavarropas, encuentro una cajita de papelillos finos que no sé para qué sirven, pero me quedo con ellos y voy a trabajar.

Ofrezco mis servicios a la señora Beatriz desde hace cuatro años: limpio, cocino y llevo a sus hijos a la escuela; desde luego que mi trabajo es agotador como cualquier otro, pero me gusta porque estoy cerca de mi casa, recibo buen trato y un sueldo aceptable.

Son las cinco de la tarde y, de regreso a casa, me detengo a comprar verduras del negocio de Felipe; cuando me dirijo a la caja, noto que en la vitrina en la que se encuentran los cigarrillos, hay unas cajitas iguales a las que encontré en la ropa de mi hijo. Sin dudar, le pregunto a Felipe para qué sirven.

El señor me observa confundido y me explica que los papeles son utilizados para enrollar cigarros, comúnmente de marihuana. Siento un pinchazo en el pecho pero no respondo. Regreso a casa, furiosa y triste al mismo tiempo.

Al llegar, no encuentro a mi hijo; entonces, entro a su habitación y reviso sus cosas y encuentro en su mochila unos chicles de menta, perfume y encendedor. Comprendo que, para ocultar el aroma a cigarrillo, siempre se perfuma bastante, masca chicles y tiene las manos manchadas por las cenizas del tabaco.

Como madre, decido revelar estas características que presentan los jóvenes cuando consumen marihuana y así alertar a las familias de los mismos para ayudar a los adolescentes a continuar con una vida sin vicios. Ahora ayudaré a Jeremías para que pueda salir adelante, culmine el colegio y consiga un trabajo estable, de tal manera que cubra los gastos de la universidad.

Por Sahori Vallejos (17 años)

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