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Nuestro país cuenta con hermosos lugares dignos de ser visitados, admirados y, por sobre todo, cuidados por los visitantes. Lastimosamente, algunas personas no saben que, al abandonar el atractivo sitio, no es necesario que dejen las huellas de su presencia, como envoltorios, botellitas de plástico y otras basuras.
Un ejemplo de la inconsciencia de algunos ciudadanos es la manera en la que ensucian los ríos y arroyos sin ningún tipo de límites. La contaminación del agua es nociva para la salud y, de paso, ofrece una imagen desagradable para todos. ¿Qué tiene de lindo visitar Areguá, llegar al lago Ypacaraí y observar que en la costa se encuentran basuras acumuladas y que el color del agua es verde?
Un lugar que nos muestra la falta de civismo de algunas personas es la Costanera de Asunción; si alguien compra algo para comer, no tira su servilleta en el basurero, sino que la lanza al suelo, total “es demasiado pequeño el desecho”. Lo mismo ocurre en las plazas céntricas y más aún cuando se realizan fiestas los fines de semana. El día después de la farra, las calles amanecen infestadas de colillas de cigarrillos, botellitas de plástico y latitas de cerveza.
Es muy triste viajar al interior y observar desde la ventanilla del automóvil los cauces de los ríos totalmente sucios; lo mismo ocurre cuando escalamos algún cerro y vemos cómo los desechos se acumulan entre las piedras y senderos.
Quizá, si se hicieran respetar de verdad las normas establecidas para el cuidado del medio ambiente, las personas pensarían dos veces antes de crear basurales o ensuciar las paredes con pintatas.
Aun así, la solución no es que exista algún tipo de presión para que las personas cuiden el medio que las rodea, sino que deben pensar por sí mismas que, al convertirse en destructoras del ambiente, ponen en peligro su salud y contribuyen a dar un aspecto sucio y lamentable a los espacios públicos.
Por Viviana Cáceres (20 años)