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“Vení nomás, mi hijo, no te voy a hacer nada”, era la típica frase de mamá cuando ya sabías muy bien que te iba a pegar y hasta te retaba separando las sílabas, “te -di- je- lue- go -que -no -to -ques- e-so”. Ahora, los castigos son mucho más sutiles, ¿sirven los estirones de oreja y regaños que reciben los mita'i al portarse mal?
Tiempos atrás, no estaba mal que los chicos recibieran unos cintarazos de mamá o papá; si te quejabas de la comida o por no hacer tus deberes, lo mejor era que te callases o si no ligabas el doble. Ahora, para “suerte” de los menores, estas prácticas que tenían como finalidad una buena formación, han desaparecido en la mayoría de los hogares y en las escuelas.
Los métodos para corregir actualmente a los niños han cambiado, tal vez porque las madres de ahora trabajan y cuando están en la casa solo quieren disfrutar con los hijos. Antes, las madres se quedaban en el hogar, por lo que tenían todo el tiempo para corregir a sus pequeños.
“Te quedás sin televisión todo el día, hasta que limpies tu pieza”, “no vas a salir a jugar partido con esos tus amigo kuéra”, “mientras que no comas todo, no te vas a levantar de la mesa”, estas frases fueron reemplazadas por otras menos duras, como “te voy a quitar tu cel y no te vas a ir al shopping” o “voy a desconectar el wifi”. Había muchas formas de castigo, pero la mamá siempre tenía la manera más eficaz para que aprendieras a comportarte.
Cuando rompías algún objeto de valor como las planteras o el espejo de la sala, ya te preparabas para ligar unos cuantos cintarazos; a pesar de que a veces intentabas esconder tu “crimen”, sí o sí algún día tu mamá se daba cuenta de que faltaba algo. Entonces, los mayores sospechosos eran vos y tu arma mortal: la pelota. Después de esto, te esperaban unos largos días de suspensión.
¿Quién no habrá esquivado una zapatilla voladora? Las madres eran expertas en arrojarte cosas cuando intentabas huir; hasta su escoba te tiraba si la ponías nerviosa, pero ni corriendo te salvabas de ella, pues tarde o temprano volvías y recibías tu castigo. No faltaba la famosa planta de guayaba ni el “typychahũ” por tu pierna cuando le decías un “no” con autoridad a mamá; esta mujer te habrá sacado tantas lágrimas, sin embargo, hoy tenés varias anécdotas que contar.
Quizás en algún momento te dolió bastante la zapatilla que se “clavó” en tu espalda o las ramas de los árboles que acariciaban tus piernas cuando eras desobediente, hasta llegabas al punto de odiar a tu mamá. Pero hoy te acordás de ella con su manera de castigarte y te causa risa, hasta la querés más aún; en ocasiones, ya en la edad adulta, uno empieza a valorar la formación recibida anteriormente, en parte gracias a las “caricias” maternales.
Por Mónica Rodríguez (18 años)