¡Qué ganas de volver a ser un niño!

Jugar polibandi con tus compañeros o estar con tus amigos todo un día, ¿realmente quedó en el pasado? A veces, hay que despertar a nuestro niño interior para que, cuando te sientas un poco triste, te brote una sonrisa y te dé una chispa de alegría.

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Cuando éramos unos niñitos, nuestros papis nos preparaban la merienda e incluso nos preguntaban qué queríamos cenar o almorzar. Nos daban permiso para irnos a casa de nuestros compas y jugar un día entero, con la condición de terminar de hacer antes nuestras tareas. Fuimos felices sin saberlo porque podíamos dormir a la hora que queríamos y, sin embargo, todo eso quedó en el pasado.

Teníamos el tiempo del mundo; por lo menos, nos levantábamos más tarde e incluso visitábamos a nuestros primos todo un finde; era lo mejor de las vacaciones. Los cumpleaños infantiles cada semana son cosas que quedaron en el pasado. Nos subíamos en el globoloco para competir quién saltaba más alto y cuando tenías tu sorpresita, lo primero que hacías era mirar qué modelo de autito o muñeca te tocó.

En las horas de receso, todos los compañeros aprovechábamos para jugar tuka'e kañy y gritábamos ndapytai para decir que no queremos quedarnos a contar con los ojos cerrados hasta 30. “Acusado o tambo” eran las frases que hacían más eufóricos esos 15 minutos de recreo escolar. Los demás juegos tampoco quedan atrás: el polibandi y el pasará pasará también marcaron nuestra niñez y, sin duda alguna, nos encantaría tener una máquina del tiempo para volver a experimentarlos.

Por otro lado, teníamos ganas de crecer, trabajar y ser independientes; nuestro mayor deseo era hacer las cosas por nuestra cuenta, pero nunca analizamos qué tan dificil sería la vida adulta, ya que mamá y papá siempre sonreían frente a nosotros. Cuando nos peleábamos con nuestros hermanitos o primos, pensábamos cuántos años nos faltaba para salir de la casa, pero como los dedos no nos alcanzaban para seguir contando, nos secábamos las lágrimas de cocodrilo y continuábamos jugando.

De pronto y de la nada, nos dimos cuenta de que crecimos bastante, que ya no somos los mismos niños que jugaban en la plaza de la esquina o en el patio del cole. Dejamos nuestros juguetes guardados en una caja para que mamá los done o le regale al hermanito menor. Anhelamos volver a ser niños de nuevo y nuestro corazón extraña correr y gritar con todos los amigos de aquellos gloriosos días.

Ahora que nos hacemos de los “grandecitos”, decimos que nuestros gustos han cambiado y nos pasamos todo el día ocupados; tal vez sea así, pero de vez en cuando, seguramente, buscamos algo que nos lleve a la vida de antes y vemos dibujitos animados o bromeamos para escaparnos de la rutina. Todos tenemos a un niño escondido dentro de nosotros, solamente que a veces hay que despertarle un poquito.

Te acordás de cuando éramos unos malcriados, podíamos hacer lo que queríamos, claro, si le pedíamos permiso a mamá; nada nos estresaba o teníamos cosas importantes que hacer. Sin embargo, ahora andamos muy ocupados, leyendo libros y estudiando para la facu o el colegio. ¿Te gustaría volver a la vida de antes?

Pensar cómo tu vida cambió no es nada malo; es más, te das cuenta de lo mucho que has progresado y que tenés desafíos más grades. Los recuerdos de la infancia nunca se olvidan, estarán en tu corazón para, cuando te sientas un poco triste, te surja una sonrisa y te dé una alegría.

Por José Peralta (18 años)

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