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Mi juventud fue la etapa más loca y linda de todas; tenía a los chicos que quería y la cola de los pretendientes era larga. Todos me consideraban una mujer físicamente atractiva por tener lindas bubis. En fin, hablando mal y pronto, gracias a mis pechos, todos los que se cruzaban a mi lado no me quitaban la mirada de encima.
Tal vez, eso hacía que mi autoestima no sea baja, pues siempre me consideré bella en todos los sentidos. En los comerciales de concientización, constantemente, escuchaba “tocate, para no morir”, “el cáncer de mama no avisa”, “tocate antes de que te toque” y otras frases a las que no le di ninguna importancia, ya que con 45 años pensé que no sería víctima de la enfermedad.
La pesadilla sin fin comenzó una madrugada; recuerdo que una noche sentí un pequeño dolor en los senos y, no solamente eso, sino que noté un diminuto bulto hacia la zona derecha de la axila. Todo tipo de pensamiento inundaba en mi cabeza; no sabía si era algo grave o porque aquella vez dormí sobre una cama con un fino colchón, pero tenía la intuición de que algo malo me estaba pasando.
Temblando de miedo fui a consultar al médico; le comenté lo que me pasaba y lo primero que me preguntó fue: “¿Hace cuánto te hiciste la mamografía?”. Me sentía mal conmigo misma porque solo una vez en mi vida, a los 30 años, me realicé tal estudio y, como todo salió bien, desde entonces no me preocupé, hasta hace unos días.
Los estudios llegaron a mis manos, se los entregué al médico para que me diga exactamente lo que dicen los análisis. De la curiosidad, previamente, yo ya los leí; aunque no entendía los términos técnicos de los papeles, me fijé en cierta parte que contenía el signo “+”. “Acá me muero”, expresé con miedo y así fue; el doctor no sabía con qué palabras decirme que mis posibilidades de vida eran mínimas.
El tan mencionado “cáncer de mama” es el causante de mi futuro deceso. No sabía cómo explicarle a mis hijos que en menos de un mes se quedarán sin mamá. Lo más doloroso de todo es escuchar decir a tu pequeño: “Mami, ¿por qué todos lloran cuando hablan de vos?”
Ya no había nada qué hacer, porque el cáncer estaba en su punto más avanzado; lo único que quería era pasar mis últimos días con mis dos tesoros. Jamás pasó por mi mente de que un dolor, por más insignificante que fuese, sería el comienzo de un final tan trágico.
Por Ezequiel Alegre (17 años)