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Cada uno tiene una batalla que librar en el día a día, pero eso no significa que debas ignorar lo que están sintiendo las personas que se encuentran a tu alrededor. Tu compañero de trabajo llega con la cara larga, responde con puros monosílabos y hace sus tareas de forma desganada; vos, automáticamente, pensás: “¡Qué amargado!”. Sin embargo, en ningún momento tenés la iniciativa de acercarte a él, preguntar qué le pasa y tratar de comprenderle un poco, sino que decidís ser más indiferente para darle una lección por su “mala actitud”.
Algunas personas que esperan en la fila del supermercado no pierden el tiempo para criticar a la cajera por su lentitud o porque no les dio el vuelto completo. Directamente lanzan el juicio de que es una inepta para el trabajo o que quiere “joder” a los clientes sacándoles dinero. Nunca se les pasa por la cabeza que, tal vez, la mujer está cansada porque lleva muchas horas trabajando y no puede concentrarse, pues, además, debe resolver varios problemas cuando vuelva a su casa.
Lo mismo ocurre con el tráfico. A las 7 de la mañana, todos los automovilistas van concentrados en las tareas que deben resolver en el día; la tensión aumenta a causa del embotellamiento, el calor y la hora que pasa volando. En ese momento, empiezan los bocinazos, los adelantamientos, las maniobras bruscas y, por supuesto, los roces verbales entre los automovilistas. En el transporte público, son pocos los ciudadanos que suben y saludan al chofer con amabilidad, así como son escasos los conductores de buses que tratan con cortesía a los pasajeros.
Así también, muchos tratan de ignorar el hecho de que existen personas que pasan hambre y todo tipo de penurias en las calles y, en lugar de poner un granito de arena para ayudar al prójimo, se escudan tras el clásico argumento “ese no es mi problema”.
Se trata de una cadena: la falta de comunicación produce una pérdida de empatía y entendimiento entre las personas, lo que se traduce en malhumor, peleas y un ambiente de tensión. A pesar de las cargas que tengamos en nuestra jornada, no debemos olvidar que los demás también llevan su propia cruz. Escuchar, dialogar, comprender y ayudar son solo algunas de las acciones cargadas de valor que pueden mejorar la convivencia entre las personas y permitirnos vivir en una sociedad más pacífica.
Por Viviana Cáceres (20 años)