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El Paraguay es un país forjado, en gran medida, por mujeres, ya que, en toda la historia de la nación, ellas fueron figuras centrales, especialmente por haber reconstruido nuestra República luego de la Guerra contra la Triple Alianza. Sin embargo, la gratificación simbólica no va acompañada del reconocimiento en la vida real, pues nuestra sociedad es y ha sido, desde siempre, profundamente machista y patriarcal.
La población femenina fue la encargada de reconstruir social, cultural, económica y demográficamente el país en la era post bélica. No obstante, a pesar de todos sus esfuerzos durante el largo proceso de recomposición, la discriminación de género continúa presente hasta hoy. ¿Por qué seguimos viviendo y aceptando una sociedad machista?
La mayoría de los libros de historia resaltan el aporte de las mujeres en la conservación física y espiritual de la nación. Todo esto gracias al sacrificio, la abnegación, laboriosidad y humildad proyectados como atributos propios de la femineidad.
Pese a los méritos expuestos, la estructura social contemporánea adopta la subalternidad de la mujer y delimita el área de su actividad social: reproducción biológica, hogar, familia y trabajo de manutención, salvo excepciones y tendencias muy recientes. A la par, los cargos reservados para hombres casi siempre son políticos, económicos, funciones públicas y cargos directivos.
La discriminación de género es una paradoja, teniendo en cuenta el papel decisivo de la mujer en la historia de la patria. Sin embargo, a pesar de que ellas forjaron nuestra nación, la configuración colectiva machista siguió manteniendo al sexo femenino en la misma práctica de subordinación que le ha caracterizado desde el comienzo de la historia paraguaya. Mientras, en muchos de los casos, los hombres siguen concentrando el poder de forma paternalista. Ojalá de a poco vayamos cambiando esta injusta situación.
Por Javier Morales (20 años)