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Manejar un auto o una moto tiene sus complicaciones; sin embargo, sacar el registro de conducir en el municipio correspondiente es bastante sencillo: solo se necesita realizar controles de vista y oído, la tipificación de sangre y el certificado de vida y residencia. En la capital del país, el municipio es un poco más exigente, pues, sumado a todo lo anterior, también se requiere un examen teórico y práctico de conducción.
El verdadero desafío se inicia en las calles, cuando uno debe enfrentarse a todo tipo de obstáculos para llegar a destino. Los principiantes se ven atemorizados por la gran cantidad de vehículos y, como si eso no fuera suficiente, también tienen que lidiar con las infracciones que cometen los otros automovilistas.
Los conductores deben concentrarse en un 100%, considerando que, en cualquier momento, una camioneta podría adelantarse por la derecha, un peatón trataría de cruzar la calle corriendo, sin respetar el paso de cebra, o una motociclista superaría el límite de velocidad mientras maneja con una mano y responde mensajes en su WhatsApp con la otra.
La paciencia de hasta los más experimentados se pone a prueba mientras recorren nuestras ciudades. Nadie se salva de encontrarse con los conductores que giran sin prender el señalero o de los que van a paso de tortuga por el carril izquierdo.
Pasar una calle angosta, en la que los autos están estacionados indebidamente a ambos lados, representa un reto que estresaría a cualquiera. Además, todos parecen creer que al encender las luces de emergencia, automáticamente tienen permiso para quedarse en lugares prohibidos, incluso en las veredas.
Si ves a alguien en tu barrio que cae en uno de los tantos “cráteres” es porque, simplemente, no es de la zona. Desafortunadamente, los dueños de vehículos están obligados a memorizarse el lugar exacto de cada bache, si es que no quieren terminar pagando millones de guaraníes en reparaciones.
Los motociclistas, posiblemente, sean los más odiados, ya que ellos son los primeros en ignorar la mayoría de las reglas de tránsito y uno siempre los observa mientras se escabullen entre los cientos de autos y logran llegar frente al semáforo, ahorrándose preciados minutos. Las personas distraídas que hablan por celular y no avanzan cuando la luz se pone en verde, tampoco son muy queridas, menos aún en horas pico.
Conducir en nuestro país es, sin dudas, todo un “arte” que se va perfeccionando con el tiempo. Esperemos que, con los años, las personas empiecen a respetar realmente las reglas de tránsito y dejen de lado la “ley del mbarete”.
Por Fiona Aquino (18 años)