La punta del iceberg del planillerismo: jugar a las cartas en horario laboral

Jugar a las cartas en el trabajo para “hacer hora” no es muy distinto a marcar asistencia y brillar por la ausencia en oficinas del Congreso. El silencioso e invasivo planillerismo representa uno de los males que afecta nuestra política desde hace años.

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Cuando el juego se estaba poniendo más interesante, las contrincantes comenzaban a quedarse sin cartas y la presión de que cualquiera pueda gritar ¡UNO! se sentía en el aire, se descubrió e interrumpió la partida de cartas y las funcionarias de la Cámara de Diputados se vieron obligadas a parar. Si te preguntás la razón por la que las “trabajadoras” convirtieron sus horas laborales en momentos de ocio, la respuesta es que el jefe se encontraba de viaje.

Una de las funcionarias en cuestión, Rosana Benítez, fue despedida a raíz del hecho, mientras que María Cárdenas, hija del político colorado Roberto Cárdenas, será sometida a una investigación; ambas jugadoras figuran como estudiantes y asistentes. Tanto María como Rosana perciben por mes sumas mayores al sueldo mínimo.

Según una de las jóvenes, ella y sus compañeras solo estaban en la oficina para cumplir su horario; ahora, ¿qué ocurriría, si todos se limitaran a matar el tiempo hasta que llegue el momento de marcar la salida? Los doctores irían a los hospitales a armar rompecabezas mientras los pacientes convalecen, los bomberos jugarían Free Fire en lugar de asistir a personas en situaciones riesgosas y las maestras se pintarían las uñas en lugar de desarrollar clases; así, ¿qué futuro le esperaría al país?

Tan solo en la Cámara Baja, institución a la que pertenecían las mencionadas funcionarias, existen alrededor de 300 empleados planilleros. Estos “trabajadores” solo van a marcar presencia y cobran un jugoso salario a fin de mes, según indicó el diputado Sebastián García (PPQ), semanas atrás.

Por otra parte, en cuanto a distractores, resulta común escuchar que el tereré acarrea lentitud en el trabajo y, en este ámbito, los albañiles pertenecen a los más criticados por acompañar sus labores con el brebaje tradicional. Este hábito, paralelo al de dos personas que juegan cartas en el Congreso, parece una mala costumbre hasta inofensiva; la gran diferencia llega en los salarios, pues no se puede eludir el hecho de que los funcionarios públicos, en la Cámara Baja, ganan mucho más que gran parte de la población.

Atendiendo lo anterior, resulta normal que, en el ambiente laboral, se establezcan lazos amistosos y haya momentos de relajación; sin embargo, es conocido que el planillerismo y los holgazanes bien pagados constituyen el estigma característico de las instituciones públicas desde hace décadas.

Por Belén Cuevas (17 años)

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