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Existen personas que brillan por su capacidad de lograr lo que se proponen. Sin embargo, no quieren compartir esa luz con los demás y, lo que es peor, detestan que otros intenten opacarlas con sus propias victorias.
En el colegio, no falta el alumno que tiene cinco de punta a punta en su libreta, entrega todos sus trabajos y es muy respetuoso con los profesores; no obstante, no quiere ayudar a sus compañeros y odia que los proyectos se hagan en grupo. Si se presentan exposiciones, las personas egoístas buscan la manera de dejar en claro que el peso de la nota les pertenece. En la facultad, se repite la misma historia, pero aquí este tipo de gente se siente con más libertad para decir “yo vengo por mi título, no a hacer amigos”.
Si bien es cierto que para alcanzar nuestras metas necesitamos un poco de ambición y ganas de superarnos, no es bueno albergar sentimientos de envidia en nuestros corazones cuando vemos que a otros les va bien en la vida y están logrando cumplir sus propios sueños. Alguien que tiene en cuenta el éxito de los demás para compararse con ellos, nunca puede ser completamente feliz, pues lleva sobre su espalda la carga de que debe ser mejor que el resto.
Trabajar con un egoísta se vuelve un infierno, porque siempre está buscando el pelo al huevo a fin de demeritar la labor de los otros. Estas personas pueden tener un muy buen desempeño en lo que hacen, pero difícilmente llegarán a ser buenos líderes. Como dice la frase del español Jacinto Benavente: “El único egoísmo aceptable es el de procurar que todos estén bien para estar uno mejor”.
La gente egoísta es “tóxica”, pues busca su propio beneficio sin importar que el resto esté pasando por un mal momento. Es conveniente alejarse de aquellos que no pueden verte progresar y, si en algún momento, sentís un poco de envidia, recordá que brillar es hermoso, pero observar a las personas que te rodean con su propia luz, es aún más atractivo y reconfortante.
Por Viviana Cáceres (19 años)