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El olor que proviene del horno te invita a cerrar los ojos y a hacer una inspiración profunda para disfrutar del exquisito aroma de la pizza. Una vez que colocás el alimento sobre la mesa, sentís cómo te seduce el queso derretido que forma una bella cobertura sobre la salsa de tomate.
Después, con mucha paciencia, cortás el primer trozo que irá a parar a tu boca, pero recordás que habías prometido cenar pollo hervido con ensalada de lechuga y la culpa te invade; de todas formas, saboreás una segunda porción..., y una tercera, porque no podés desperdiciar lo que preparaste con tanto amor.
Debido a que tu rutina alimentaria tiene que seguir un orden lógico, decidís continuar bajo el poder de la comida chatarra durante todo el fin de semana y te hacés la firme promesa de que a partir del lunes vas a ingerir platillos estrictamente saludables.
El lunes, antes de ir a la facu o al laburo, desayunás un té verde con cuatro galletitas integrales; además, tu termito de agua se convierte en tu compañero inseparable porque debés hidratarte constantemente. Tu media mañana es una manzana y tu almuerzo tiene forma de atún acompañado de abundante ensalada.
Hasta ese momento, te sentís muy feliz porque te das cuenta de que estás cumpliendo a cabalidad tu dieta. Todo se empieza a tambalear cuando esa amiga a la que hace muchos años no ves te invita a merendar. Habías prometido tomar café negro solamente, pero una vez que te encontrás en la confitería, terminás ordenando tres medialunas y una taza de chocolate.
Cuando llegás a tu casa a las 10 de la noche, sentís tanto cansancio que tus ganas para hervir el pollo, cortar las verduras y preparar un jugo natural se reducen a cero. Así que, ni modo, terminás comiendo las milanesas de tu mamá, la chipa guasu de tu abuela y un vaso de gaseosa.
Durante los siguientes días, intentás de todo corazón amigarte con las comidas bajas en grasa, las frutas y las verduras, pero la tentación se pasea ante tus ojos con mucha osadía y vos, débil, caés en ella sin remedio. Cuando te disponés a ingerir una ciruela, tu admirador te envía una caja de bombones y, mientras caminás por la calle, el olor a lomito te “obliga” a sacar la billetera para comprar esa deliciosa combinación de carne, pan, huevo y salsa de ajo.
Definitivamente, alimentarse de manera saludable es una misión muy, pero muy complicada.
Por Viviana Cáceres (19 años)