Cargando...
Dentro de una sociedad en la que muchas personas son caracterizadas por contar con una manera de pensar muy estructurada, resulta difícil que la diversidad pueda ser vista de manera casual, pues la imposición de seguir el estereotipo de comportarse según lo que respecta tu género impide muchas veces mostrar la singular forma de ser que cada uno posee. Entre tantas personalidades únicas y auténticas que constituyen la diversidad social, aquellas que no son vistas como “normales” tienden a ser discriminadas.
La raíz de todo problema gira en torno a la educación y, cuando esta no se desarrolla de manera cívica en la gente, el prejuicio y la intolerancia se insertan en el pensamiento de los demás. Tal como es el caso reciente en el que el personal de seguridad de un conocido shopping evitó el ingreso a una persona trans, con el argumento de que su apariencia no iba acorde al ambiente del centro comercial.
El lamentable hecho fue aplaudido por manos de algunos trogloditas, mientras que otros repudiaron el acto de discriminación, levantando la voz en contra de lo sucedido. Cuando se defiende un hecho similar, argumentando que los lugares privados cuentan con su derecho constitucional de admisión, de vuelta, se ve reflejada la exclusión de ciertas personas en lugares, supuestamente, de libre acceso para toda clase de público.
Diariamente, se hace caso omiso a lo que estipula la Carta Magna, en su artículo 46: todos los ciudadanos somos iguales en cuanto a dignidad y derechos, sin discriminación. Aunque esté escrito legalmente la protección de la diversidad y prohibición de la discriminación, aún existen muchos casos y solo la punta del iceberg es vista a la luz.
Cuando miremos que detrás de la superficialidad existe una persona con los mismos sentimientos, tal vez, la chispa de la empatía nos salpique, pues una sociedad que discrimina y obvia la diversidad está condenada al encierro permanente. “La belleza del universo no es sólo la unidad en la variedad, sino también la diversidad en la unidad”, decía el escritor y filósofo italiano Umberto Eco.
Por Ezequiel Alegre (18 años)