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Hoy en día, cuando nos reunimos con amigos y hablamos sobre lo relacionado a la niñez de cada uno, siempre recordamos a los dibujos animados. No había algo mejor que llegar a casa después de la escuela y sentarnos a ver nuestras caricaturas favoritas.
Algunos chicos tenían sus horarios “sagrados” en los cuales no se les debía molestar, ya que ese tiempo lo dedicaban a Sailor Moon, Pokémon o Supercampeones, entre otros programas preferidos. Muchos, al despertarse, ya planeaban qué iban a ver, pues de memoria se sabían la grilla de los canales de televisión.
Entre los dibujos animados que marcaron la infancia de muchos, existe uno que encantó a todos: Dragón Ball. Gokú, junto a los demás personajes de esta serie, se ganó el cariño de la mayoría de los niños; incluso, algunos continúan viendo las nuevas temporadas de este famoso anime.
Gritar “Kamekameha”, jugar con amigos en el árbol de la casa como hacían los personajes de Los Chicos del Barrio y alzar las manos cuando Gokú pedía energía para el genkidama eran prácticas que se realizaban todos los días. Asimismo, muchos sabían todos los nombres de las cartas de Yu-Gi-Oh! y de los pokémones. Ni las reglas de la multiplicación, que eran una obligación dominarlas en la escuela, se memorizaban tan rápido.
Por otra parte, según la mayoría de las personas, los dibujitos no son lo más recomendable para los niños, pues enseñan muy pocas cosas buenas. No obstante, muchos aprendieron a compartir lo que tenían gracias a las caricaturas, ya que en aquel tiempo no todos se daban el lujo de tener TV cable en sus hogares. Por eso, si algunos querían ver series animadas como Power Rangers, Coraje, el perro Cobarde, Jimmy Neutrón, etc., debían ir a la casa de un amigo o vecino que gozaba de este privilegio.
El objetivo de convertirse en un gran futbolista, como Oliver de Supercampeones o ser una hermosa doncella, igual que las princesas de Disney, ya no forma parte de las metas de muchos. Sin embargo, aunque estos propósitos hoy en día son anécdotas, quedarán como recuerdos de una de las mejores etapas que vivimos, la infancia.
Por Joaquín Tandé (18 años)