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A diario convivimos con personas intolerantes que presentan diferentes características a la hora de conversar sobre cualquier tema. La mayoría nunca escucha otra idea y, si lo hace, siempre defiende la suya, pues piensa que todo el tiempo tiene la razón, a pesar de que su posición sea la equivocada.
El fanatismo por sus juicios es una de las peculiaridades más comunes del intolerante que pone las manos en el fuego por sus afirmaciones. En la actualidad, al discutir sobre temas deportivos o religiosos, el intransigente rechaza todos los demás juicios y desprecia las percepciones opuestas a la suya.
La verdad la podemos encontrar en distintas cabezas y no en una sola, como piensan estas personas; parece que muchos tienen un muro alrededor de sus pensamientos que les impide aceptar las ideas de los demás. Esas acciones alejan a los intolerantes de sus amigos, quienes se sienten cansados de las actitudes de los que creen que el mundo gira en torno a ellos.
Intentar llevar la contraria a una persona sin tolerancia en ocasiones llega a ser un gran problema; el tono de voz es más alto a la hora de discutir por estar en contra de su manera de ver la política, la religión, la orientación sexual y cualquier otro tema.
“Lo que digo es la verdad, tus ideas no sirven y tu forma de pensar es incorrecta”, suele ser la manera de expresarse de aquella persona que no quiere ni siquiera escuchar las posturas de otros. Las actitudes intolerantes, de llevarte la contra, se convierten en algo irritante porque, como es habitual, en los temas polémicos siempre puede haber opiniones distintas y hasta opuestas entre sí.
Ser capaz de aceptar las posturas de los demás, a pesar de que sean contrarias a las tuyas, te lleva al camino de la tolerancia y mejora la convivencia con tu entorno. Aprender a analizar otras ideas y respetarlas son acciones que mejorarán tu vínculo social haciéndote saber que no siempre tenés la razón.
Por Mónica Rodríguez (19 años)