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Cuando nos encontramos con una tía que hace mucho no vemos, siempre nos preparamos para escuchar la frase “¡qué grande que estás!”. Al principio, oír este comentario no despierta ningún sentimiento. Sin embargo, una vez que nos hallamos solos, nos damos cuenta de que el tiempo trajo muchos cambios en nosotros, pues tenemos más responsabilidades y nuestra rutina actual no se parece en nada a la de aquel niño que llegaba de la escuela y veía su dibujo favorito mientras merendaba chocolatada con galletitas.
Peter Pan tenía el deseo de ser un niño para siempre; todos, en algún momento, anhelamos lo mismo. Controlar el tiempo es imposible, pues la vida está en constante movimiento y nosotros tenemos dos opciones: avanzar o quedarnos en punto muerto.
Nuestra meta principal debería ser la madurez. Se trata de un proceso que no solo depende de la edad, sino también de las experiencias que vivimos en el día a día. Conocer el mundo que nos rodea es la clave para alcanzar la madurez. ¿Cómo se logra esto? Podemos leer libros que nos ayuden a pensar, imaginar y analizar o investigar acerca de lo que está pasando con el Gobierno y nuestra sociedad.
Conocer un hecho nos ayudará a pensar; la reflexión nos dará la oportunidad de contar con un criterio propio; esto, a su vez, nos permitirá tomar decisiones que podrían ser correctas o erróneas. Si acertamos, punto para nosotros, pero si nos equivocamos, tendremos una enseñanza ganada. Cuando este proceso se repite de manera constante, adquirimos experiencia y madurez.
De esta manera, te volverás más optimista al oír la frase “¡cómo cambiaste en estos años!” porque te darás cuenta de que no sería tan satisfactorio ser la misma persona de hace cinco o diez años, pues tu “yo” actual es el resultado de las experiencias que el “yo” del pasado no pudo experimentar. Por tanto, el joven que sos ahora está un poco más viejo, sí, pero también tiene un poco más de conocimientos que antes.
Por Viviana Cáceres (19 años)