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Llega el viernes, el estrés se junta con el cansancio y el hambre; necesitás desconectarte un poco pero no querés ir a un boliche. Entonces, surge la idea de hacer un asado, obviamente a todos tus amigos les gusta la proposición y comienzan los preparativos.
Los gastos comienzan a dividirse, la vaquita siempre está presente, nunca falta la típica frase de “medio kilo por persona”. Una vez que todo está organizado, tus amigos y vos comienzan a separarse para comprar los distintos componentes de la parrilla.
El asador del grupo suele ser el que pone la casa, desde temprano empieza a preparar el fuego, mientras, el resto de amigos gana tiempo disfrutando de unas picadas. La mandioca y el chorizo son los preferidos siempre; los escarbadientes no dan abasto al hambre atroz que invade a los muchachos.
Como todo en la vida, la música es acompañante perfecta para una noche llena de diversión; la pelea de siempre es para elegir el estilo, pero finalmente se llega a un acuerdo o termina decidiendo el dueño de casa. Al final, lo más importante es que todos los invitados estén, pero como es costumbre, hay uno que falta, el famoso loro.
Las inolvidables charlas comienzan a producirse, recuerdos de la infancia, pavadas del colegio, anécdotas de toda la vida, las risas llegan a escucharse hasta el vecino. Nunca falta la bebida para acompañar la noche mientras empieza a sentirse el aroma que viene de la parrilla.
Llega la carne a la mesa, se escuchan los aplausos para el asador, la costilla, el vacío y alguna que otra morcilla o chorizo para acompañar; los amigos se acomodan, hablan, ríen y sacan los cubiertos para iniciar el ataque. Los temas de conversación son interminables, se habla de todo y alguno siempre se pone mal recordando a su ex.
Pero todo es superado con el correr de las horas, las penas son absorbidas por las risas y las bebidas parecen estar cada vez más frías, especiales para combatir el incesante calor que inunda nuestro país. Por un momento, todas las responsabilidades, cuentas, los parciales y problemas en general se olvidan; esa pequeña parte de la vida se llama felicidad.
Cuando llega la madrugada, después de tantos momentos graciosos, te das cuenta de que no hace falta ir a un boliche para pasarla bien. Un asadito, buena música y unos amigos son más que suficientes para gozar de una gran noche.
Diego Benítez (18 años)