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Nos encontramos en los meses más difíciles para el paraguayo. Como vivimos en un país tropical, las personas están acostumbradas a ese calorcito que invita a tomar varios sorbos de tereré en la vereda. En estos días, sin embargo, el frío hace acto de presencia y nos obliga a sacar nuestros abrigos y recurrir al mate.
Muchos no encuentran problemas para combatir las bajas temperaturas, pues cuentan con camperas y, además, tienen la seguridad de que llegarán a sus casas y hallarán refugio en una cama confortable con una frazada calentita. Aún así, no debemos cerrar los ojos ante otra realidad más dura: algunas personas viven en la intemperie con el frío suelo como único colchón y un pedazo de cartón cumpliendo el rol de edredón.
Cambiar la situación de esta gente es algo que no se puede lograr de la noche a la mañana, pero podemos dar una mano solidaria a quienes necesitan superar sus carencias. Un simple gesto, como el de donar los sacos y tricotas que usabas de pequeño a los niños indígenas que están en las esquinas, significa mucho.
Muchos ciudadanos ya han demostrado que son capaces de actuar como el buen samaritano con el prójimo. Un claro ejemplo es la manera en que se movilizó la gente para brindar sus donaciones a los compatriotas afectados por las inundaciones en algunas ciudades de los departamentos de Ñeembucú y Misiones.
Siempre nos quejamos porque no se emprenden acciones para ayudar a los más necesitados y en el momento en que alguien realiza un gesto solidario, tratamos de descalificar su obra buscando alguna falla. En lugar de ser observadores pasivos, ¿por qué no nos unimos y echamos una mano a los más desprotegidos?
No regales la tricota que está deshilachada, las medias que tienen agujeros y los zapatos rotos; este tipo de actos no demuestra solidaridad, sino una manera de deshacerte de las cosas que ya no te sirven. Debés donar objetos que puedan ser útiles al prójimo. Saber que las camperas y gorros que diste a unos niños impedirán que ellos tiriten de frío traerá un poco de tranquilidad al corazón.
Por Viviana Cáceres (19 años)