Diario de una doméstica estudiante: libros escondidos entre escobas y lavarropas

Este es un relato de ficción: “No todos nacemos en cuna de oro, che memby”, dijo mamá cuando le conté lo que vivía en la casa de ña Juliana, donde soy empleada doméstica. No es fácil laburar y estudiar, pero al menos mis hermanitos ya no pasan hambre.

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4:30 de la madrugada, muero de sueño, pero hoy tengo un examen y no me queda de otra que estudiar acá en el bus. Las letras de mi texto parece que bailan de tanto que se tambalea este micro, pero hoy, al menos, estoy viajando sentada. El otro día, pasé las dos horas que me toma llegar a la casa de mi patrona, ña Juliana, atajándome como pude de la baranda del colectivo abarrotado, mientras una señora gritaba al celular.

Quién sabe cuál habrá sido la causa de esa pelea telefónica que, ayer, tanto enervó a la señora del micro, pero lo que sé es que, a como dé lugar, tengo que memorizar las 200 páginas de mi libro de farmacología, para hoy. ¡Qué bárbaro! Apenas hay oxígeno para respirar en esta lata de sardinas y el chofer nos hincha las pelotas con su grito de “más al fondo, más al fondo”.

Tal vez, laburar y, además, estudiar en la facu sería menos complicado, si ña Juliana fuese un poquito más agradable. En cuanto me ve con un libro en las manos, la patrona chilla como poseída por el demonio y me manda a la China. ¿Será que el marido de la señora, que tan enojada lanzaba insultos por el teléfono, le puso los cuernos?

“¡Nde, haragana!”, me suele decir la patrona cuando se enoja. ¡Jabón ndepyre, señora! El único tekorei acá es su hijo, Julio, quien figura como mozo en la nómina de empleados del Congreso, gracias a unos amigos de don Riquelme. El hijo de papi, según escuché por ahí, gana alrededor de 17 millones, mientras se pasa los días durmiendo y las noches tomando.

Ese Julio se cree el más churro del Paraguay y piensa que, porque soy la empleada de la casa, tiene derecho a abordarme todo el tiempo. Ay, no le aguanto cuando me mira con esa cara de ñembo sex symbol y me lanza uno de sus trillados piropos, se cree luego la última Coca Cola del desierto, pero tengo que aguantar manté sus comentarios desubicados.

¡Qué le vamos a hacer!, no todos nacemos en cuna de oro, como dice mi mamá cuando me plagueo por mi mala suerte. No es fácil ser empleada doméstica y, a la vez, estudiante de enfermería, pero al menos, ahora mis hermanitos tienen con qué llenar la panza y mi mami puede tomar sus remedios, tal como lo recetó el doctor. ¡Che Dios!, este señor, que está a mi lado en el micro, parece que no sabe que existe el desodorante.

Bueno, tengo que concentrarme. La farmacología es la ciencia que estudia el origen, las propiedades químicas y fisioló... tal vez la señora del colectivo estaba tan nerviosa porque se olvidó de pagar la factura de la luz y, además, su marido le puso los cuernos. ¡Qué calor hace acá!, por suerte ya estoy llegando a lo de ña Juliana, hoy tengo mucho que hacer.

Barrer toda la casa, arreglar la pieza del haragán de Julio, cocinar, limpiar cubiertos y volver a barrer. Después, debo bañarme a toda bala, subir a otro micro chatarra, leer mi libro de farmacología e ir a rendir a la facu. Ay, ¡cada cosa que tenemos que pasar quienes nacimos en cuna de lata!

Por Agustina Vallena (19 años)

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