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Al despedirnos del colegio, saludamos con ilusión a la universidad, pues cuando se cierran las puertas de la que fue nuestra segunda casa, los deberes que quedan son luchar y encontrar la llave que nos dé el acceso a la facultad. Después de la entrega de títulos de bachilleres, la mayoría de los alumnos del tercero aún no sueltan sus cuadernos y bolígrafos, porque el cursillo de ingreso se adueña de las vacaciones.
Una hoja de examen con 100 puntos que lograr y un solo objetivo, ser alumno de la UNA, son los desafíos que se presentan cada año ante los postulantes. Para cruzar la meta, la rutina floja que muchos acostumbran debe ser cambiada, ya que para rendir exitosamente, estudiar unos días antes no ayudará, a menos que el “ta te ti" no te falle.
Seguro, más de un cursillista se planteó la pregunta: “¿Qué pasa si me quedo en blanco al momento de rendir y no ingreso?” Sin embargo, todos saben que las madrugadas sin dormir, los libros leídos y los apuntes aprendidos no serán en vano y ayudarán a la hora de la prueba de fuego.
Es un desafío gigante alcanzar todos los puntos y sellar tu nombre en el puesto uno de la lista de los ingresantes, aunque el lema que muchos adoptan consiste solamente en estar dentro de la universidad, sin importar el podio de los tres primeros. Si sos de los que no se conforman con un puesto 70, es mejor que comiences a decirle chau a las series de televisión, a las fiestas locas y a las horas de despertarte exageradamente tarde.
Una opción fiable que los jóvenes toman consiste en formar grupos de estudios independientes al cursillo preparatorio, pues qué mejor que juntarse con tus amigos a comentar sobre los hechos históricos, hablar acerca de los pensamientos filosóficos o resolver ecuaciones de matemáticas, mientras nos pasamos la guampa de tereré. Por lo menos, una vez en la vida debemos reunirnos con el fin de aprender conjuntamente, para que en la hora de la batalla, nuestras armaduras resistan.
A estas alturas del año, que el cafecito negro sea tu bebida favorita, porque cuesta aguantar la noche leyendo y comprendiendo el libro de historia o saber cada detalle del sistema nervioso. Ser optimista no significa ser un iluso soñador, sino proyectar lo que en realidad queremos. ¿Acaso no te gustaría que de acá a cuatro o cinco años te entreguen tu título de licenciado en la carrera elegida?
El nerviosismo no debe poseernos, en marzo hay que sacar las garras y demostrar que los días de estudios sirvieron para que el examen de ingreso nos parezca un débil oponente que vencer con 100 de 100.
Por Ezequiel Alegre (18 años)