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Con gran cantidad de boletas en las manos, muchos revendedores se apostan en las afueras de los estadios antes de que empiece algún encuentro futbolero, musical o teatral. El precio de la reventa varía dependiendo de la "cara del cliente"; si los que desean entrar al espectáculo se encuentran en un vehículo del año, obviamente van a tener que pagar un monto considerable por su ticket.
El problema de nunca acabar es el de los revendedores que se apoderan rápidamente de las entradas en venta para luego ofrecerlas a un alto precio. Lastimosamente, las personas que se quedaron sin sus boletas para asistir al evento deben comprarlas abonando el doble del precio estipulado.
En diciembre del 2015 se aprobó en el Congreso la ley que prohíbe y castiga la reventa de entradas. Sin embargo, tiempo después, el presidente Horacio Cartes vetó la norma legal argumentando la falta de una redacción más específica y que las imprecisiones hacen que la ley abarque un espectro muy amplio al punto de conculcar derechos constitucionales de los ciudadanos.
Si la ley hubiese entrado en vigencia, la sanción para las personas dedicadas a la reventa sería de una multa aproximada de 3 jornales. En caso de reincidencia, el castigo sería de pena privativa de libertad por un período desde dos meses hasta tres años.
Supuestamente, los organizadores de encuentros deportivos limitan la venta de tickets a dos boletas por persona. Aun así, gran cantidad de entradas van a parar a manos de los revendedores que ofrecen a G. 100.000 un boleto que costaba de G. 30.000 a G. 50.000.
A pesar de que se escuche en los medios la frase “entradas completamente agotadas”, al final no están totalmente vendidas, pues, si vas al estadio, encontrarás personas vendiendo gran cantidad de boletas sin ninguna restricción.
Mientras no existan controles rigurosos y sanciones, los revendedores seguirán abusando de la gente y golpeando su bolsillo. Las personas continuarán pagando el doble o el triple del precio de las entradas a algún evento hasta que se combata en serio estas avivadas de algunos paraguayitos.
Por Mónica Rodríguez (19 años)