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Andrea confiaba plenamente en que iba a salir adelante. Con lágrimas de tristeza y alegría al mismo tiempo, se despidió de sus padres y emprendió su nuevo camino en la vida.
En un primer momento, había estado al borde de la desesperación, pues no encontraba un trabajo de medio tiempo que le permitiera darle prioridad a sus estudios. No sabía qué hacer. El empleo tenía mucha importancia porque necesitaba el dinero, mientras que los estudios eran la razón principal por la que dejó su hogar. ¿Cómo iba a dividir las 24 horas del día entre dos actividades esenciales?
Finalmente, escuchó una publicidad mientras tenía prendida la radio: “No te pierdas la oportunidad de convertirte en un gran profesional y acercate a la Universidad Verdes Praderas que cuenta con más de cien especialidades y licenciaturas en diversas áreas”. La joven sintió mucha curiosidad por conocer la institución, ya que nunca había escuchado el nombre, así que llamó para aclarar sus dudas.
“¡La vida me sonríe!”, se dijo a sí misma Andrea una vez que concluyó su consulta con la secretaria de la universidad. Si bien ella tenía planeado ir a otra institución, ahora no dudó en asistir a “Verdes Praderas”, pues le habían informado que las clases en la carrera de medicina solo se dictaban durante las noches. Eso quería decir que podía trabajar sin tener que descuidar sus estudios.
Tres años después, Andrea se sentía un poco decepcionada, pues la carrera no estaba siendo lo que ella esperaba; las clases eran mayormente teóricas y en la facultad no contaban con el equipamiento necesario para las prácticas. Hubo un tiempo en el que ella se imaginaba que se desvelaría durante las madrugadas para poder presentarse a un examen, pero lo único que tenía que hacer era leer unos textos en formato power point que enviaban los profesores.
Después, sus dudas tuvieron una sola respuesta, que le cayó como un balde de agua fría: todo ese tiempo había estado asistiendo a una universidad “garaje” que la estafó, pues su carrera no estaba habilitada. Andrea se sintió engañada y sin una gota de esperanza en el cuerpo. ¿Nunca se iba a recibir de médica? ¿Cómo les explicaría a sus padres que esos años de estudio fueron en vano? ¿Cómo recuperaría el dinero que había invertido en su educación?
Andrea no entiende cómo existen personas que se aprovechan de las ganas de estudiar que tienen los jóvenes; ella invirtió tiempo y dinero para subir la escalera que la llevaría hasta su título de médica. Quizás le robaron los peldaños, pero no le sacarían la ilusión. Buscaría la manera de salir adelante, ya no se dejaría engañar por cualquier institución y, si tenía que empezar desde cero para recibirse, lo haría.
La educación es la clave para el progreso de una sociedad. Si alguien utiliza este elemento esencial como un simple medio para lucrar y estafar a las personas, está cometiendo dos robos: primero, al joven que desea aprender; segundo, a nuestro país, que necesita profesionales capaces y comprometidos con el bienestar de la patria.
Por Viviana Cáceres (19 años)