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La Biblia dice que “el mismo Satanás se presenta como un ángel de luz”, este versículo grafica perfectamente la situación de algunos pedófilos que utilizan una sotana como disfraz. Para muchos, la Iglesia es un lugar que les da la sensación de seguridad; los feligreses depositan su confianza en los “hombres consagrados a Dios” hasta el punto de pedirles ayuda con problemas familiares.
Anteriormente, las personas se doblegaban ante el “pa'ima he'i” y no se atrevían a contradecir a los líderes religiosos. En ese contexto, era habitual que los abusos sexuales fueran encubiertos y las víctimas acalladas por los mismos feligreses. Pero, en pleno siglo XXI, cuando supuestamente existe una mayor conciencia de los conceptos de “dignidad” e “integridad”, aún hay gente con el suficiente descaro para defender a estos pederastas con sotana.
Hace unos días, el sacerdote Félix Miranda fue multado por la justicia con la suma de G. 5.000.000 por haber abusado sexualmente de un adolescente; mientras que un joven, meses atrás, recibió la sanción de G. 400.000.000 por desollar vivo a un teju. La humillación, la tortura y la frustración del adolescente, todas juntas, no valen ni la décima parte de lo que costó matar a un animal silvestre.
“Éramos los malos de la comunidad porque denuncié a un sacerdote y yo no denuncié nada, solo quería recuperar a mi hijo”, expresa la madre de la víctima de violación por parte del cura en su carta al Papa Francisco.
“Le robó la inocencia, la dignidad, le robó todo a mi hijo, ¿y el precio es cinco millones de guaraníes? ¡Cómo duele la injusticia! Una vaca cuesta más que la dignidad de mi hijo”, continúa la mujer en su carta al Sumo Pontífice.
Tal vez, lo único que pueda calmar un poco, tan solo un poco, la desdicha de las víctimas sea una dura condena terrenal para sus verdugos. A veces, es desesperanzador aguardar un castigo divino pues, en realidad, no hay certeza de lo que pueda ocurrirle al pederasta después de su muerte.
Todo el bullying y la humillación que sufre la víctima, no deberían ser en vano. El adolescente demostró gran valentía al animarse a denunciar las atrocidades que cometió el sacerdote contra su persona, aun con el temor al rechazo que sufriría en su entorno escolar y religioso.
Además de la tortura para la víctima de vivir con el repugnante recuerdo del acusado, los defensores le restan importancia al sufrimiento del adolescente, llamándolo mentiroso, pues afirman que fue inducido por su madre a inventar el abuso.
Las penas para los violadores, de por sí, parecen demasiado pequeñas en comparación con el daño que causa el hecho de haber sido abusado y es extremadamente indignante que tanto dolor cueste nada más que cinco millones de guaraníes. Al ver estos casos, la palabra “justicia” pierde su significado y las esperanzas de un merecido castigo se esfuman.
Por Belén Cuevas (16 años)