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Me llamo Sabrina y apenas con 12 años cumplidos, yo debería estar jugando a las escondidas con mis compañeras de la escuela y no teniendo un bebé en brazos, dándole biberón o cambiándole el pañal a cada rato. Una persona pervertida y sin escrúpulos fue el destructor de mi infancia y el dejar de lado el estudio, ya que, a la fuerza, di a luz a una inocente criatura.
Todo empezó en una humilde casa en mi pueblito natal, cuando mi mamá salió a trabajar para ganar un pequeño sueldo que apenas cubría la canasta básica del hogar; ella trabaja de lunes a sábado, como empleada doméstica, y la mayor parte del día no la veo. Cuando llego a casa, mi padrastro, que recientemente conoció a mamá, me recibe con un beso en la frente.
Llegó un momento en el que pensé que mi padrastro en realidad me quería como su hija, pero un domingo de tarde, él se puso ebrio al beber tanta cerveza y me dijo, con un tono medio raro: “Sabri, iporaiteiko la nde retyma”. Fue ahí en donde en verdad empecé a tener miedo, ya que, en otras ocasiones, su mano, “sin querer”, rozaba mi pierna mientras estábamos con mamá almorzando bajo el mango.
Yo le comenté a una vecina, amiga de la familia, lo que estaba pasando; sin embargo, ella expresó lo siguiente: “¡mba'epiko, vos ko ya estás loca parece!”. Hasta mi mamá me dijo que “no le haga caso nomás”, pero yo presentía que un día pasaría algo malo, porque una vez que mi padrastro empieza a beber, hace y dice cualquier cosa.
Un viernes, cuando llegué al mediodía a casa porque de mañana voy a colegio, mamá no estaba y mi padrastro me recibió con un beso en la frente, pero esta vez con una frase que me dejó pálida. Él me dijo: “Hoy va a ser tu día, preciosa”. Con mucho miedo y la cara blanca, fui corriendo hasta la puerta, queriendo salir, pero estaba llaveada.
Mi casa parecía un infierno con un demonio adentro, porque grité y grité pidiendo ayuda y nadie escuchaba mi voz y mucho menos mamá podía oírme, ya que ese día de terror ella cubría su trabajo de la mañana hasta la noche. Litros de lágrimas y una garganta irritada de tanto chillar me tenían atrapada; yo solo quería que mi padrastro me soltara, pero la bestia tenía que saciar su instinto.
A la noche, ya muy tarde, mi mamá llegó y me encontró acostada con mucha sangre derramada en la sábana. Por lo visto, cuando mi padrastro estaba abusando de mí, quedé inconsciente por una golpiza. Aún recuerdo el grito que pegó al cielo mi madre cuando me encontró; ella me llevó al hospital, el cual, para colmo, no tenía camilla libre.
Hoy ya tengo 20 años y desde que hicimos la denuncia correspondiente, el violador aún sigue impune. El depravado mental continúa suelto, tal vez, violando a más niñas. Solo pido que se haga justicia para mí y para las demás niñas que pasaron por una situación similar.
Por Ezequiel Alegre (17 años)