La depresión me hundió en un pozo de tristeza, pero logré vencerla

Esta es una historia de ficción: Tengo una oscura compañera que está conmigo todos los días: la depresión. Aunque intento conseguir ayuda, la gente minimiza mi situación; no obstante, con apoyo profesional, finalmente logré salir de este pozo de tristeza.

Aunque intento conseguir ayuda, la gente minimiza mi situación; no obstante, con apoyo profesional, finalmente logré salir de este pozo de tristeza.
Aunque intento conseguir ayuda, la gente minimiza mi situación; no obstante, con apoyo profesional, finalmente logré salir de este pozo de tristeza.Gentileza (Maili Aranda)

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Empezando un nuevo día, triste y sin ganas de nada, me levanté de la cama para ir al colegio. Mientras bajaba las escaleras para ir a desayunar, vi a mi mamá salir apurada rumbo a su trabajo; quise conversar con ella sobre cómo me sentía, pero me dijo que ahora no porque llegaría tarde a la oficina.

Papá estaba de viaje, volvía en tres semanas; necesitaba conversar con alguien sobre lo que me ocurría. Me subí al colectivo, rumbo al colegio, mientras escuchaba música, recordé que ese día tenía una prueba de ciencias, aunque no pude estudiar porque me pasé toda la noche deprimido.

Al llegar al cole, vi a mis compañeros, pero guardé distancia, desde que me mudé a esta institución, a principios de año, nunca pude socializar con ellos. Siempre me miraron de forma extraña, quizás por ser alguien tímido.

Llegó la hora de ciencias y vi al profe ingresar al aula, me levanté para decirle porqué no estudié y preguntar si no podía recalendarizar la prueba. El docente me dijo que es una excusa para no rendir, además me reprochó diciendo que la tristeza no es un impedimento, pudiendo haber leído los textos antes.

Al terminar el examen, noté que dejé muchas preguntas en blanco; por eso, mi profe me comentó que iba a llamar a mi mamá porque mi rendimiento académico empeoraba cada vez más. Le había contado a un amigo todos mis problemas e inseguridades, él me dijo que sentirme asi es absurdo y que, si tenía un problema “de verdad”, me iba a morir; si antes estaba mal, después de eso me puse peor.

Al llegar a casa, encontré a mi mamá con un cinturón en la mano, sin preguntarme nada, me empezó a pegar diciéndome que hace un gran esfuerzo por mí y no lo valoro. Tratando de explicarle, me detenía a cada rato diciéndome que no me dio la autorización para hablar y, sin poder expresarme, me obligó a subir a mi cuarto.

Luego, puesto que todo estaba más calmado, volví junto a mamá para contarle todo lo que siento; ella me dijo que mis problemas son insignificantes y que no voy a aguantar una vida adulta. Le expliqué que la situación sí me afectaba y que requería ayuda profesional, pidiéndole que me lleve a un psicólogo.

Mamá me dijo que yo no era ningún loco y ahí solamente se van las personas que están enfermas de la mente, me recalcó que yo no era una de ellas. Le traté de explicar que es un pensamiento errado y que el psicólogo es alguien que está para ayudar a la gente, pero no me hizo caso.

Hasta que un día, intenté terminar de una vez por todas esta desesperación. Si no era por mamá, que me encontró justo a tiempo, no estaría contando esta historia. Mi madre se dio cuenta de que sí necesitaba apoyo psicológico y me envió junto a un profesional; gracias a él, hoy en día está mejorando mi estado de ánimo.

Por Lucas Ovelar (18 años)

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