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Son las tres de la madrugada, el encuentro del exa terminó y es hora de agarrar el volante e irme a casa como cada noche de sábado. Sí, la diversión forma parte de mi lista de quehaceres, pero no así los tragos de alcohol; esta es la ventaja: el alcotest nunca será mi enemiga al conducir, lo cual es extraño, pues soy una persona que rompe toda clase de reglas.
“Lleganding, lleganding, lleganding” pienso mientras dirijo el volante, pues faltan cinco cuadras para llegar a mi casa y, al fin, descansar para iniciar otro día casual, normal y ordinario. Viajando voy, yo por mi pueblo, tarareo antes de que, de repente, me dieran un fuerte impacto que abriría las puertas de otra dimensión.
Al parecer, no es wonderland, ni el cielo, ni el infierno; el lugar donde estoy no tiene sentido, pues de repente me encuentro en una calle hecha de agua y luego en un océano de cemento. Aún nadie me da la bienvenida a este mundo paralelo donde los más pobres son los privilegiados y los ricos los más marginados, pues se dieron cuenta de que, en esta dimensión, el dinero no tiene utilidad alguna.
¡Ya sé! “Chákelandia" es el nombre de esta burbuja gigante. No existe un presidente de la República, pues son unas criaturas las que se encargan de manejar esta dimensión. Noto que las personas tomaron las riendas y lograron que los cerdos les tengan miedo, pues en este lugar los que gobiernan deben pisotear la corrupción, de lo contrario serán expulsados fuera de la burbuja. No sé qué hay fuera de esto, pero se dice que existe una tenebrosa “vida real".
Soy nuevo, pero ya me enteré que existen creencias como, por ejemplo, el mito de “la realidad”; los que hacen daño al colectivo de criaturas de este lugar, son llevados a una esfera gigante que está dividida en continentes, los cuales vuelven a repartirse en países. No existen el tiempo, el hambre o sistemas sociales que puedan afectar este sitio, solo hay una regla que consiste en no dañar al otro y, el castigo que dan las personas al incumplirla, es el viaje a la temida realidad.
Lo más extraño y, a la vez, satisfactorio es que los que llegan a este lugar no tienen noción de cuándo comienza y termina su existencia. Cada uno es su propio Dios y, por ende, todos se deben respeto a sí mismos, pero el que intente alterar una regla es condenado.
En una ocasión, choqué con la discordia culpable de mi condena. Entonces, el colectivo de criaturas de Chákelandia decidió que ya no formaría parte de la burbuja. Pip, pip, pip, suena un sonido en mi mente, abro los ojos y veo un suero colgado. Se acerca una enfermera y me dice que aquel fuerte impacto que sentí fue de un accidente de tránsito y, después de ocho meses, desperté del coma.
Sí, me expulsaron de aquella dimensión y mi condena fue volver a “la vida real".
Por Ezequiel Alegre (18 años)