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Desde la década de los 60, los regímenes militares expandieron sus tentáculos sobre diversas naciones latinoamericanas, originando sangrientas tiranías en países como Argentina, Chile y Brasil. Nuestra tierra, bajo la opresión del Gral. Alfredo Stroessner, no se encontraba en una mejor situación que los vecinos de la región.
Además de la censura a los medios de comunicación, la violencia por parte de policías en manifestaciones populares y la tortura a cientos de compatriotas, uno de los temores de los ciudadanos durante el régimen de Stroessner era el hecho de ser alejados de sus seres queridos, luego de que estos hayan tomado algún tipo de acción insurrecta contra la figura del mandatario.
Según la Comisión de Verdad y Justicia, alrededor de 500 compatriotas desaparecieron durante este negro período de nuestra historia, 18.000 disidentes fueron torturados, hubo un número no determinado de asesinatos y varios artistas se vieron obligados a confinarse al exilio, debido a sus discrepancias ideológicas con el dictador Stroessner. A lo largo de los años posteriores a la caída del tirano, 37 restos óseos que posiblemente pertenecen a las víctimas de la dictadura fueron hallados, pero solo cuatro pudieron ser identificados.
Rogelio Goiburú, hijo de un médico desaparecido en los años de tiranía, está a cargo de la Dirección de Memoria Histórica y Reparación, dependiente del Ministerio de Justicia. Esta entidad fue la responsable del reconocimiento de algunos restos óseos, recurriendo a registros genéticos elaborados a partir de muestras obtenidas de los familiares de desaparecidos.
La mayor parte de los cuerpos permanecen en el anonimato con solo sospechas de su procedencia. De esta manera, los cadáveres encontrados en la antigua propiedad del exdictador Alfredo Stroessner, hace una semana, desenterraron una vez más las esperanzas de aquellas familias que aún esperan saber algo acerca de sus seres queridos, pues muchas personas especulan que lo hallado pueda pertenecer a desaparecidos en la dictadura.
A través de proyectos audiovisuales como “The last dictator”, un documental elaborado por el inglés Alan Whicker, y “Matar a un muerto”, una película de Hugo Giménez, es posible explorar un poco más de este negro período histórico. Dejando de lado la ficción, tanto el hecho de que algunos restos óseos correspondan a desaparecidos como los testimonios de las víctimas de la persecución dictatorial comprueban que el precio de que algunos puedan dormir con la ventana abierta se pagaba con la sangre de otros.
Por Belén Cuevas (17 años)