La inoportuna sensación de envidia aflora disfrazada de admiración

“Ni siquiera es tan inteligente” constituye una frase que se destaca por su celosa ambición. Así, mezclada con una falsa admiración por el trabajo ajeno, la envidia toma el rol de la inoportuna invitada que no podemos desechar fácilmente de nuestra vida.

La envidia se convierte en una sensación inevitablemente humana que, a su paso, deja una amarga idea de los inmerecidos sentimientos.
La envidia se convierte en una sensación inevitablemente humana que, a su paso, deja una amarga idea de los inmerecidos sentimientos.

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Hay veces en las que estás disconforme con la calificación que te dio un profesor pues tu mejor amigo, con quien estudiaste las lecciones, obtuvo una nota más elevada. En otras situaciones, te gustaría poseer la desenvoltura y facilidad para hablar ante los demás que tiene tu compañera; estos simples pensamientos pueden aflorar una envidia dormida en tu interior que se despierta disfrazada de admiración.

La Real Academia Española define a la envidia como un deseo de algo que no se posee, provocando “tristeza al observar el bien ajeno”. Muchas veces, no se trata de anhelar cosas materiales de otra persona, sino de querer sus capacidaces o cualidades, llegando a sentir satisfacción cuando la desgracia toca la puerta del envidiado.

De esta manera, nació el “Schadenfreude”, expresión de origen alemán que refleja la alegría por el sufrimiento o el fracaso de la otra persona. Decir directamente que uno disfruta de la pena de alguien, parece algo imposible pero, cuando ves que al mejor alumno de la clase le bajan las notas o que descalifican el trabajo del grupo favorito, una inesperada chispa de felicidad brota lentamente en tu interior.

No obstante, ¿la envidia es un sentimiento vil y enfermizo? El conocido filósofo español Fernando Savater afirma que la envidia es la virtud democrática por excelencia y que por ello no debe verse como pecado, sino considerarla una auténtica virtud. Asimismo, según el psicólogo tomista Martin Echevarria, estos celos son una forma dañina o viciosa de la tristeza desordenada, que deriva del anhelo de siempre querer más y poseerlo todo.

De igual manera, entre refunfuñar por el ascenso laboral de un compañero o menospreciar el potencial de alguien cuando no fuimos los elegidos para un trabajo, la sensación de envidia se escabulle por nuestras ideas. Así, los celos logran que los conceptos personales pasen a un segundo plano por pensar solo en el envidiado.

Haciéndose pasar por una falsa empatía y repentina admiración, este sentimiento de ambición viene acompañado de hipocresía, escondiendo así cualquier rastro de la cruel codicia.

El filósofo francés Denis Diderot decía que en las desgracias de los amigos siempre hay un punto de contento, pero esto no significa que no sean socorridos cuando lo necesiten. Debatiendo internamente entre lo que es bueno o malo y haciendo un análisis acerca de lo sano o enfermizo de las emociones, la envidia se convierte en una sensación inevitablemente humana que, a su paso, deja una amarga idea de los inmerecidos sentimientos.

De este modo, es oportuno plantearse: ¿cuánto poder tiene sobre nosotros esa celosa ambición por las pertenencias o capacidades de los demás?

Por Macarena Duarte (17 años)

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