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Un estado laico, a diferencia de otro confesional, no tiene una religión oficial y se considera incapaz de interferir en materia eclesiástica, declarando la autonomía e independencia de los dos bloques. No obstante, algunos expertos hacen una diferenciación entre la “laicidad” y la “no confesionalidad” de un gobierno.
Según el teólogo español Carlos Corral Salvador, la aconfesionalidad de un estado indica que no hay o que dejó de existir una religión oficial dentro de su territorio, mientras que la laicidad implica que el gobierno se considera neutral ante las cuestiones relacionadas a la fe y no permite injerencias de ningún credo en las decisiones políticas.
Más allá de la discusión que generan estos conceptos, el deseo de remarcar la diferencia entre el ámbito teológico y el político tiene larga data; así, la cuestión resurge de tanto en tanto, mediante manifestaciones en diversas regiones del planeta. Uno de los ejemplos más cercanos es la apostasía colectiva que ocurrió en Argentina el año pasado, durante el tratamiento del proyecto de ley que, de haber sido aprobado, hubiera despenalizado el aborto.
DEL THEOS AL DEMOS
Hasta la Revolución Francesa, en Europa y todo Occidente no había teocracias propiamente dichas, sino una fuerte influencia de las denominaciones religiosas, sin que estas ejerzan el poder de manera directa, según explica Enrique Cosp, investigador histórico y autor del libro “Curiosidades y polémicas de la Guerra Grande”, afirma que “las personas debían seguir necesariamente la religión oficial pues, si no lo hacían, podían sufrir persecuciones y muerte; por ejemplo, la Iglesia Anglicana asesinaba a sacerdotes católicos y prohibía realizar misas, por otra parte, los judíos en toda Europa tuvieron varios tipos de sanciones por parte de autoridades de diversos credos”.
El especialista destaca que las monarquías contribuyeron al poder político de las iglesias ya que, supuestamente, los gobernantes eran elegidos de manera directa por Dios y, en consecuencia, las denominaciones religiosas tenían la potestad de decidir quién debía ejercer el cargo. “Con la Revolución Francesa, los nuevos gobiernos declararon la libertad de culto, confiscaron propiedades de las iglesias, las que pasaron a ser bienes nacionales. De esta forma, se fue debilitando el poder eclesiástico”, narra Cosp.
Con esta revolución histórica, muchos países pasaron de ser gobernados por una “teocracia” a una “democracia”.
En el plano nacional, el primer intento de emancipar el poder político del religioso se remonta al gobierno del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, quien se inspiró en varias acciones del gobierno francés. “Carlos Antonio López volvió a dar cierto poder a la Iglesia Católica, uno puede notar la unión que existía entre esta y el Estado visitando algunos templos de la época, que tienen el escudo de la República. Estos lazos siguieron durante muchas décadas”, relata el historiador.
Con la creación del Registro Civil, en el gobierno de Bernardino Caballero, y la aprobación de la Ley de Divorcio, en los 90, se puede observar, según el investigador, el declive de la autoridad eclesiástica en nuestro país. “La Constitución de 1992 es la más laica de todas, pero aún vemos que no hay una neutralidad total en asuntos religiosos, ya que aún se destinan recursos públicos para la construcción de templos y, hasta ahora, el ejército y la policía tienen capellanes que hacen servicios religiosos financiados por el Estado”, asegura.
CUANDO EL CULTO TE ROBA LA LIBERTAD
El historiador judío Flavio Josefo acuñó el término “teocracia”, en los primeros siglos de nuestra era, con el fin de explicar la forma de gobierno de su pueblo; ahora, la Real Academia Española, define el vocablo como “un gobierno que se considera ejercido directamente por Dios”. Actualmente, existen pocas teocracias en el mundo, entre las que se encuentran el Vaticano y los Estados Islámicos.
Exceptuando el Vaticano, estos países no solo tienen estigmas sociales hacia aquellos que no comparten la fe de la mayoría, sino que los gobiernos recurren a crudas sanciones hacia los que infrinjan reglas, especialmente, aquellas que derivan de la religión. En este punto, Irán es una de las naciones que todavía castiga con pena de muerte a quienes sienten desapego por el Islam. El ejemplo extremo de intolerancia y falta de pluralidad político-religiosa es el denominado Estado Islámico (EI), cuyo ejército controla partes del territorio del norte de Irán y el sur de Siria.
La apostasía constituye el hecho de abandonar un credo con el que uno crece o al que se adhiere siendo adulto; este acto representa una gran ofensa religiosa y política dentro de gran parte de los Estados Islámicos y, según el Informe de Libre Pensamiento de la Unión Internacional Humanista y Ética, la pena de muerte es el destino más probable de los apóstatas. Asimismo, cuestiones que en otras partes del mundo parecen habituales, como el divorcio, la infidelidad marital y la homosexualidad son duramente reprimidas en estos países.
VESTIGIOS DE RELIGIOSIDAD EN EL PODER
El artículo 24 de la Constitución Nacional establece la libertad de culto y desliga a los bloques religiosos del poder de decisión gubernamental. Pese a lo contemplado en la Carta Magna, las instituciones educativas públicas poseen capillas y ofrecen charlas con motivos religiosos; además, el cuerpo militar tiene apoyo de sacerdotes, quienes son remunerados con dinero del Estado.
Asimismo, aún existen construcciones eclesiásticas que se realizan con dinero del Estado, tal es el caso de la Municipalidad de Salto del Guairá que, en el 2018, otorgó al Centro Familiar de Adoración G. 157 millones para la construcción de un templo.
Por su parte, el Consejo Pastoral de la Compañía Teresita de Caazapá solicitó el año pasado un monto de G. 500 millones para edificar un templo y un tinglado en el departamento. Situaciones como estas permiten observar un vestigio de influencia religiosa en nuestro país, que se extiende a las habituales declaraciones de congresistas quienes, muchas veces, hacen a un lado su rol de legisladores para dejarse llevar por tradicionalismos.
Este año, durante una sesión del Congreso, la senadora María Eugenia Bajac solicitó que se realice una oración antes de leer el orden del día. El entonces presidente del Poder Legislativo consultó a sus colegas acerca de la petición y esto generó diferentes posturas, ya que algunos opinaban que era algo necesario y otros que el pedido atentaba contra la libertad de culto establecida en la Constitución Nacional.
EN LA PRÁCTICA, NO SOMOS UN ESTADO LAICO
Si bien la Constitución Nacional establece la libertad de culto en el país, al mismo tiempo, señala que “las relaciones del Estado con la Iglesia Católica se basan en la independencia, cooperación y autonomía”, lo cual genera confusión en muchas personas.
La magíster en Ciencias Sociales Rocío Duarte afirma que el texto constitucional solamente refleja un relacionamiento histórico entre el credo predominante y el Estado pero que, actualmente, existen otros sectores religiosos que tienen incidencia en el tratamiento de asuntos políticos. Al mismo tiempo, la profesional asegura que ceremonias como el Tedeum “atentan directamente contra la Carta Magna, ya que nadie debe ser obligado a asistir a ceremonias religiosas”.
“La influencia de los sectores religiosos también se plasma de manera palpable en el nombramiento de determinadas personas en puestos decisivos para el país; un ejemplo de esto es que Eduardo Petta esté a la cabeza del Ministerio de Educación y Ciencias sin haber tenido una carrera en el ámbito educativo, pero con una clara agenda religiosa”, afirma la especialista. Asimismo, Duarte ratifica que el peso de las creencias religiosas se nota en la ausencia de acciones concretas ante problemáticas de acción pública urgente.
"El hecho de que ocurran suicidios, como el reciente caso de la estudiante de medicina, de manera regular en el país sin que nadie preste atención en términos de políticas públicas conscientes, acerca de cómo prevenir y tratar estas situaciones, tiene mucho que ver con la influencia religiosa porque algunos sectores proponen lidiar con este tipo de cuestiones imponiendo más sus creencias”, asegura Duarte. Además, según la especialista, este fenómeno se da porque prestarle atención a estas cuestiones sería admitir que existen otras necesidades, más allá del ámbito espiritual.
DIVERSIDAD ES IGUAL A LIBERTAD
“El furor que inspiran el espíritu dogmático y el abuso de la religión cristiana mal entendida han derramado tanta sangre y han producido tantos desastres en Alemania, en Inglaterra, e incluso en Holanda, como en Francia; sin embargo, hoy la diferencia de las religiones no causa ningún problema en esos estados”, escribió el filósofo Voltaire en su Tratado sobre la Tolerancia. Evocando las palabras del pensador, es posible concluir que la diversidad de posturas, tanto en ámbitos religiosos como en cualquier otro, no deja otra salida que la comunión fraterna por encima de las diferencias.
La importancia de una forma de gobierno laica no reside en una campaña antirreligiosa, sino que tiene bases en el pluralismo. Así pues, en vista de que uno de los principios de la democracia es el pluralismo y este obliga a abrir las puertas a todas las personas, sin importar su ideología, resulta necesario remarcar el hecho de que abogar por una diferencia entre las cuestiones políticas y las eclesiásticas no significa precisamente una mentalidad anticlerical.
Por Belén Cuevas (17 años)