El mal humor social y la corrupción en el Paraguay

Desde hace bastante tiempo, el Paraguay, pese al aumento de su producto interno bruto (PIB), se enfrenta al “desarrollo ausente”, es decir, al crecimiento económico en que unos pocos sectores tienen altas tasas de ingreso, mientras que la mayoría decrece.

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 Esta “ausencia” de desarrollo se verifica con fuerza entre los paraguayos porque, en realidad, el verdadero desarrollo supone necesariamente crecimiento, más distribución del ingreso y creación de empleo. La gran mayoría de la población paraguaya, hasta ahora, no necesariamente vive mejor. Mientras, unos pocos en situaciones de poder político se enriquecen extraordinariamente.

Para que la gran mayoría viva mejor, se necesita principalmente la acción honesta y no corrupta del sector público. La corrupción de este sector es la que se ha vuelto cada vez menos tolerable para la ciudadanía y es, sin dudas, la razón principal del crecimiento del mal humor social de la población, lo cual ha llevado a la intolerancia creciente de la corrupción y de los corruptos. Este hecho, probablemente, sea lo más saludable que le haya sucedido a nuestra nación.

Definitivamente, el servidor público ya no puede seguir cada vez más divorciado de la suerte colectiva y de toda consideración ética, ni tampoco puede seguir el camino acostumbrado que les ha llevado a muchos a convertir el servicio público en una profesión extremadamente rentable.

Esta ausencia de valores éticos ha sido muy bien expuesta por la prensa en el Paraguay al desnudar los sobresueldos, los casos de nepotismos y los tráficos de influencia de algunos legisladores. Indudablemente, se ha creado una mayor distancia entre representantes y representados, así como entre los gobiernos y la sociedad.

Y he aquí lo grave: muchos políticos, en vez de cuidar los intereses de la sociedad, se autodescalificaron con corruptelas y renunciaron, de esta manera, a la posibilidad de hacer algo importante en defensa del interés común. Quedaron exclusivamente subordinados al poder económico; defendiendo solamente los intereses de las grandes ligas y para debilitar cada vez más el rol tradicional de la política.

El grave problema para ellos es que la ciudadanía ya no es indiferente a todo esto, y empieza a pedir cuentas por estas acciones y decisiones a sus gobernantes. Cuanto más va aumentando la manifestación de la población para demostrar la intolerancia de la corrupción, se volverá menos difícil gobernar nuestro país. No existen dudas de que la falta de ética entre nosotros se ha convertido por mucho tiempo en el mayor obstáculo para una eficaz gestión gubernamental.

Es por eso que el propio Presidente de la República no puede permanecer neutral bajo estas circunstancias y debe expresarse a favor de la ciudadanía. Recordemos que la ética es un aspecto fundamental de la relación personal con los demás y es un factor constantemente olvidado por los que piensan solo en términos de lucro y no en el bien común.

Nada ofende tanto a la sociedad como el hecho de que sus gobernantes y servidores públicos, elegidos por la misma sociedad, se aprovechan del poder que se les concede, solo para enriquecerse, burlando la fe pública depositada en ellos. Esa es también otra de las causas de la reacción ciudadana actual, que puede ir cada vez más en aumento si no se realizan los saneamientos adecuados.

Ojalá, muy pronto, mediante la presión de la ciudadanía, se establezcan mecanismos correctores implacables para quienes eligen el camino de la corrupción en la función pública y en el futuro, ser corrupto se convierta en un riesgo enorme para quien lo cometa y no valga la pena cometerlo. Solamente así servir al Estado será de nuevo un trabajo codiciado no solo por tener algún poder, sino por el respeto y honorabilidad a quien contribuye con el desarrollo de la nación.

* Médico especialista diplomado del Consejo Americano de Psiquiatría y Neurología

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