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Tenemos muchos ejemplos, a nivel local e internacional, que confirman esta teoría. La historia suele empezar cuando algún joven dirigente universitario o político principiante se destaca por la claridad y atracción de sus ideas, su predisposición a luchar por un país mejor y su declarada convicción democrática. El objetivo común de estos jóvenes idealistas es acabar con la corrupción y el autoritarismo reinantes entre quienes gobiernan la nación.
Algunos de estos revolucionarios de manifestaciones callejeras llegan a ocupar cargos públicos; al principio, en puestos modestos y, luego, en posiciones de relevancia. Cuando los luchadores por la república platónica acceden al Congreso o a presidir ministerios e instituciones públicas, experimentan la transición hacia “bueno, se hace lo que se puede”, “hay que ser realistas en esta vida”, “el Gobierno no puede solucionar todos los problemas”, “siempre hubo pobres en este país”, “este artículo de la Constitución es opinable”, etc.
Cuando el otro fogoso líder universitario empieza a justificar la deplorable situación del país u opina cualquier barrabasada con tal de mantenerse en el puesto que ocupa, no busquemos ideales detrás de sus argumentos, lo más seguro es que se trate de plata, del zoquete estatal no solo del que habla sino también de su entorno familiar y su “primer anillo”.
Cuando se pasan los 40 años de edad o la barrera del medio siglo ya quedó atrás, las personas derivan al diván del olvido sus ideales juveniles y se aferran, como pueden, a las posesiones materiales y al vil metal.
En la historia reciente de nuestro país, sobre todo tras la transición de la dictadura a la democracia, muchos de los jóvenes ex combatientes contra el sátrapa stronista, ahora se unieron al enemigo o se sientan en cómodos sillones a compartir las mieles del poder.
Aunque la lista sea muy coarta y haya muchos excluidos, este proceso se tragó, en algún momento de sus vidas, a meritorios jóvenes de los 70 y de los 80 como Juan Carlos Galaverna, Domingo Laíno, Euclides Acevedo, Carlos Filizzola, Celso Velázquez, Enriquito Riera, Ricardo Canesse, Jorge Lara Castro, Adolfo Ferreiro, Aníbal Saucedo Rodas, Alan Flores y varios más.
Más de uno reflexionará que es normal que las personas cambien con el tiempo en su modo de pensar y de vivir, que no se puede ser un joven revolucionario toda la vida. Es cierto, la madurez es un proceso inevitable. Lo que no se puede aceptar y produce mucha tristeza es que aquellos jóvenes tan ardientemente combativos contra el despotismo, la corrupción y el uso prebendario del poder, luego hayan recurrido a lo mismo que tanto criticaron o, al menos, sean cómplices con su silencio.
Aunque resulte difícil admitirlo, en el caso de los políticos, el poder conduce al dinero y el dinero provoca amnesia en el área de las ideologías de la patria soñada.
ilde@abc.com.py