Cartes y su terrorismo de estado (I)

Estamos viviendo en nuestro país los momentos más aciagos del continuismo stroessnerista, posgolpe. El deterioro adviene como consecuencia de los circuitos fallidos o demenciales de un presidente que acaban por afectar su emoción y voluntad.

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Autoritario, vicioso, terco y violento, Horacio Cartes, que de él se trata, exhaló durante su periodo gubernamental, toda su hilacha como individuo y capo político del Paraguay. Sus disloques guardan una rara semejanza con los funestos episodios del Tiranosaurio.

HC utilizó en el pasado al estado paraguayo para forjar su fortuna y lo sigue haciendo en el presente con el mismo fin. No tiene recato, a tal punto que para su anhelada reelección, le llevó a cometer desplantes, instigando a las autoridades y fuerzas del orden a recurrir a la represión, a los arrestos y a los allanamientos que concluyera en un burdo y lamentable asesinato.

Su codicia por la reelección fue truncada por la voluntad manifiesta y decisiva del pueblo paraguayo que reaccionó en contra de sus deseos violatorios y de sus materializados atropellos a la Constitución, que incluyó la quema espontánea del parlamento. Este heroico acto popular le suscitó a Cartes un ánimo de venganza, llenando a la población de persecuciones, querellas, imputaciones y exilios.

Sus antecedentes personales y familiares ya indicaban su derrotero. Relacionado con el stroessnerismo a través de su padre Ramón Telmo Cartes Lind, quien era piloto y representante en el Paraguay de aviones CESSNA, fue observando y aprendiendo los ocultos movimientos de los componentes del círculo áulico de la dictadura. Todos metidos en negocios subterráneos y a cara descubierta, muy especialmente los jefes de su progenitor, los generales Andrés Rodríguez y Alfredo Stroessner.

En ese ir y venir en la órbita privilegiada de la dictadura, se relacionaría con la familia Brítez, amparado por el sistema y favorecido por las franquicias otorgadas a los amigos. La turbiedad no elegía gente, alistaba a huestes dispuestos a forcejear en la recolección crematística del submundo.

Recordemos que en 1984, la pobre limpiadora de “Humaitá Turismo” Blásida Inocencia Monges Ibarra, prestó su nombre yendo luego a parar en la cárcel en lugar de Horacio. Ella tenía nada más y nada menos que 7.315.872 dólares en la cuenta 17-00308 del Central National Bank de Nueva York, entre tanto, Cartes se fugaba del país, a cobijarse en la frontera, donde se instaló y trabajó para Osvaldo Domínguez Dibb en el cruce clandestino de cigarrillos hacia el Brasil.

Gracias a ODD, aprendió los vericuetos del negocio del tráfico de cigarrillos. Osvaldo se dedicaba con su tabacalera Boquerón y Montecarlo a falsificar marcas y a introducir en el Brasil cientos de cargamentos de sus atados. Luego Cartes ya decidiría lanzarse solo, a trabajar por su cuenta, imitaría a su mentor, quitándole el mercado que ostentaba monopólicamente Domínguez Dibb.

Volvió después del golpe del 02-02-1989, cuando los “muchachis” le aseguraron que se iba a desarrollar una “opereta jurídica” para finalmente dejarlo libre de pena y culpa. En su declaración indagatoria, HC señaló que era empleado de los hijos del Jefe de Policía Alcibiades Brítez Borges, poderoso integrante del entorno de Alfredo Stroessner. Estos hermanos, Aníbal, César y Carlos, se dedicaban y explotaban la casa comercial “Humaitá Turismo”, pero operaba en forma paralela e ilegal como una Casa de Cambios.

Vemos pues el origen espurio y corrompido de Horacio Cartes como empresario y capitalista, ligado a la tiranía por sus ancestros sin importar el color ni los principios, ya que se tiñó de “mbatara” (mezcla) al descender de los Lafuente, familia de linaje liberal que se hicieron del poder en la revolución de 1904. Como la autenticidad se alejó por imperio del dinero, los escombros de la ANR lo afiliaron al Partido Colorado como un mesías, de ahí su dislexia al definirse “liberado” (un revuelto liberal-colorado).

Los hurreros y “coloretes” (falsos colorados) se sintieron obnubilados por su inmensa fortuna y jamás les importó derribar obstáculos o impedimentos legales estatutarios para afiliarlo a como dé lugar. Total, era uno más de los tantos que recurría a la fórmula de cambiar de carpa, esencia existencial del coloretismo.

Desde que asumió, instauró una beligerancia del gobierno contra el pueblo y sus opositores. Pero, ¿Qué es la guerra oficial o el terrorismo de estado?... Es la utilización de métodos ilegítimos, bastardos, adulterados o falsificados por parte de un gobierno, con el único fin o propósito de inducir al miedo o al terror a una población civil y así generar espantos, sobresaltos y comportamientos que no se producirían por sí mismos.

Es una extorsión material y espiritual del poder omnímodo imperante a una persona desamparada, a una comunidad indefensa y a un pueblo desprotegido, en donde prevalece la “ley del más fuerte” (mbaretépe) por sobre cualquier constitución nacional u orden constituido. Es el aplastamiento de la voluntad y soberanía popular.

Horacio Cartes y sus gerentes –con José Ortiz a la cabeza–, han elegido y recurrido a esta metodología, propia de los regímenes autocráticos que inventaban rivales y peligros en cada esquina para atemorizar a la gente. Así veían “comunistas” en cualquier balcón y eran enlazados para someterlos al peor vejamen y martirio. Esta práctica de casería desembocó en la “Operación Cóndor”, un vil intercambio de prisioneros entre los países adscriptos a esta modalidad sistemática de acoso y exterminio. 

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