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No sorprende que haga uso de esa imagen, pues, tal y como se ha visto en sus lujosas residencias, al magnate neoyorkino siempre le ha atraído el brillibrilli. Los gustos del mandatario son más barrocos que sencillos y la pátina de oro es una constante en los decorados de su vida, tal vez identificado con el mito del Rey Midas y su capacidad de convertir en oro todo lo que tocaba.
Al igual que hace ocho años, cuando ganó por primera vez al enfrentarse a Hillary Clinton, Trump pronunció un discurso en tonalidades oscuras, pintando una nación sumida en un panorama cuasi apocalíptico del que sólo él, y su movimiento MAGA, puede salvar a los estadounidenses.
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En 2016 habló de que acabaría con la “carnicería” reinante, como si el país fuese un erial de destrucción y violencia sacado de la saga Mad Max. Ocho años después, aseguró en la rotonda del Capitolio –la misma que fue escenario de un violento intento de golpe de estado instigado por el republicano el 6 de enero de 2021–, que con su regreso a la Casa Blanca acaba el “declive” de una nación concebida para un destino “glorioso”.
Una vez más, Trump recurría al relato del “excepcionalismo” americano en un reparto supuestamente guiado por fuerzas divinas proclives a las desigualdades planetarias.
Un relato que entronca con su supuesto cometido de “enviado” de Dios para sacar a los estadounidenses de un pozo negro. Desde los dos intentos de asesinato de los que fue objeto durante la campaña presidencial, el mandatario ha puesto énfasis en un mensaje que le otorga atributos mesiánicos.
Si uno se proyecta como un mesías, nada es imposible porque el poder que se ostenta es infinito.
De ahí que Trump de por sentado que acabará con todas las guerras cuando imponga sus condiciones; les torcerá el brazo a sus adversarios; arrodillará a China y otras potencias con el unilateral incremento de tarifas arancelarias; comprará Groenlandia, recuperará el Canal de Panamá, incluso si hiciera falta hacer uso de la fuerza; si se lo propone, anexionará Canadá; cerrará a cal y canto la frontera sur con México y, en lo que construye un muro más infranqueable que la Gran Muralla China, realizará deportaciones masivas de inmigrantes; el Golfo de México será rebautizado como el “Golfo de América”; pondrá una bandera americana en Marte porque no quiere que se le escape el sistema solar; se dará de baja del Acuerdo Climático de París; eliminará los programas que incentivan la diversidad e inclusión, pues ya se sabe que los cachorros de las élites todo lo consiguen por medio de la meritocracia; por si fuera poco, sólo se reconocerán dos géneros, el femenino y el masculino.
Una pequeña muestra de su draconiana agenda. Afuera los grises y tonalidades intermedias de la vida. En la era refulgente de Trump todo es blanco o negro.
Una vez finalizada la ceremonia de investidura en una mañana gélida en Washington D.C., los aplausos de los corifeos de Silicon Valley –con Elon Musk erigido como discípulo favorito y Mark Zuckerberg y Jeff Bezos como sus pajes– generaron algo de calor. Después, el mandatario se dispuso a firmar con premura órdenes ejecutivas que ponen el sello trumpista refrendado por los votantes.
Una de las más esperadas entre sus seguidores: los indultos a los golpistas que aquel 6-E asaltaron el Capitolio como una tropa de bárbaros. Trump los ha llamado “rehenes”, pero el informe del fiscal especial, Jack Smith, establece que fue el instigador de un acto de sedición para “retener el poder” por medio de “esfuerzos criminales” por su parte.
En su “era dorada”, Donald Trump ha resucitado como “salvador” de la Patria resuelto a convertir en oro todo lo que toca. ¿Habrá moraleja en esta historia? La hubo en la del Rey Midas y su desmedida ambición por la riqueza y el poder. [©FIRMAS PRESS]