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El “autoaumento” dispuesto por los parlamentarios, por citar una referencia mínima, es el más claro y contundente ejemplo de un acto “legal” perpetrado con total ausencia de ética y legitimidad. Un recordatorio para las “lumbreras” que tenemos en el Parlamento: un acto puede ser legal pero ilegítimo.
Mientras lo legal se encuadra en un marco jurídico, lo legítimo refiere a valores que evidentemente están ausentes en sus códigos éticos, como la justicia, la equidad, la moral. Sin ruborizarse, “legislan” según su conveniencia.
La repartija del dinero público mediante los cupos políticos es otro perverso modelo de “echar en gorra” al Estado, fundado en el enfermizo concepto de que acceder al poder otorga el “derecho natural” a disponer de lo público.
Entonces, la cuestión se limita a quién tiene más cupos que otro, según su propio “peso específico”.
Los griegos crearon el concepto de oligarquía para definir a quienes gobernaban para su propio beneficio. En su afán, ejercen tráfico de influencias, cometen actos de corrupción y actúan desprovistos de toda ética.
El espejo en que nos miramos los paraguayos nos devuelve una imagen distorsionada de la realidad. Nuestra democracia de cartón nos empuja a entronizar en el poder a representantes que no nos representan: “demócratas” travestidos en oligarcas.
Pero lo peor no está en eso, sino en el hecho de que lo aceptamos como una consecuencia natural de las cosas. Que así nomás luego fue, es y seguirá siendo. Secretamente aspiramos a tener las mismas oportunidades.
El desafío que necesitamos superar como sociedad, entonces, es un cambio de paradigma: de ese modelo, de ese patrón de pensamiento y comportamiento aceptado como normal. La educación puede ser un camino. Tampoco es una garantía, pero es una oportunidad.