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En tiempos de democracia el SMO (Servicio Militar Obligatorio) no ha tenido buena fama debido a las denuncias de abusos de poder, golpes y torturas de los superiores hacia los de menor rango. Todo lo que implicara un uniforme estaba, o está, de alguna manera ligado a rígidas estructuras que no admiten opiniones diferentes.
Sin embargo, con el paso del tiempo, salvo algunas lamentables excepciones, los cuarteles han tratado de mostrar su lado más amable en aras dar de un giro a esa imagen heredada de aquellos nefastos tiempos.
Una de esas iniciativas ha sido la inclusión de la mujer a los cuadros castrenses. El primer paso se dio en la Academil y la jerarquía castrense empezó de a poco a tener rostro femenino: pilotos, oficiales navales, de infantería y otras armas. En noviembre pasado se dio un paso más audaz y se anunció que el Servicio Militar abría sus puertas a las mujeres para formar cuadros de reserva. Lo que nadie presagiaba era que la respuesta femenina (1045) a esta convocatoria superaría a la de los hombres (unos 800).
Las motivaciones son diversas: curiosidad, deseo de abrazar las armas, conocer de primera mano una dosis de la vida castrense, seguir los pasos de papá o una aventura de vacaciones. Lo cierto es que es un síntoma de que definitivamente las fuerzas armadas como las conocemos debe inexorablemente replantearse un cambio y dejar de lado de la obsolescencia, pero la real, no la de fachada. Solo así tendremos unas nuevas Manuelas, Justinas y Eduvigis comprometidas con la defensa nacional más allá de las armas.