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Me acerco a uno de los estancos de Lotería y Apuestas del Estado en Madrid (una parte de lo que recauda se destina a entidades sin fines de lucro) y la cola es larga. Delante de mí hay dos muchachas que revisan los billetes de la lotería de Navidad que se exhiben en el tablón del establecimiento.
Casi todos son números escogidos por los distintos departamentos del Hospital Infantil del Niño Jesús, situado en la vecindad: oncología, traumatismo, cardiología, cirugía.
Seguramente las jóvenes son enfermeras o médicos del hospital público donde se trata a niños con cáncer, enfermedades raras o se les somete a operaciones delicadas en sus pabellones modernizados desde que se inauguró en 1881 para atender todas las necesidades pediátricas.
Las dos chicas repasan las distintas combinaciones de números y hay algunas que les gustan más que otras, sin atender a razones que no sean las puramente mágicas que nuestra imaginación favorece. En un momento dado se abrazan y una de ellas exclama: “Es bueno el abrazo porque produce oxitocina”. Concluyo que trabajan en el área científica y son conocedoras de las propiedades de esta hormona que produce el apego.
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El poder empático de ellas llega hasta mí (y posiblemente espolvorea a todos los que aguardan su turno) porque no puedo evitar preguntarles qué número les gusta más de los dos décimos por los que no acabo de decidirme cuál elegiré. Serán ellas quienes escojan por mí porque, puestos a jugar con el azar, quiero pensar que su júbilo y su vínculo con una institución que lucha cada día por salvar las vidas de los niños atraerán la buena suerte. De hecho, haberme tropezado con sus risas es ya un hecho feliz. Las dos se inclinan por el número más raro, si es que tiene alguna lógica pensar que hay números más agraciados que otros, y les hago caso.
En verdad, hay una probabilidad entre 100.000 de ganar el Gordo de Navidad, con 400.000 euros por cada décimo y una serie completa corresponde a 4 millones de euros. Difícilmente esas dos jóvenes y yo seremos infinitamente más ricas la víspera de Nochebuena.
Pero el fenómeno del sorteo de Navidad en España representa un excedente colosal de oxitocina colectiva que, al menos mientras dura el encendido navideño, lima las diferencias, alivia las penas y eleva las dosis de optimismo. La lotería la introdujo en España Carlos III después de familiarizarse con una tradición similar en Nápoles, donde reinó.
La intención del monarca era mejorar las finanzas del reino y el primer sorteo se llevó a cabo el 10 de diciembre de 1763. Desde entonces, la tradición arraigó popularmente más allá de los cálculos de Hacienda. Cuando los vecinos, las familias y conocidos compran y comparten décimos, el sueño es el mismo: que el albur reconduzca la vida con ese colchón financiero que no cae del cielo, sino que sale de un biombo y unos niños cantores dan la buena nueva como ángeles con trompetas.
Según las encuestas, si ganaran el Gordo de Navidad, la mayoría de los españoles emplearía el dinero en comprar o financiar la hipoteca de una vivienda y otros pagarían sus deudas. En cuanto a dejar de trabajar, son muchos los que no renunciarían a su vida laboral, pero gozando de una mayor flexibilidad. No abundan las fantasías extravagantes, sino que priman las decisiones prácticas y con los pies firmes en la tierra.
Los expertos aseguran que hacerse rico de la noche a la mañana no garantiza mayor felicidad, pero las dos muchachas que están delante de mí en la cola suspiran: “Con lo bien que nos vendría”. Guardo el décimo que compré guiada por la intuición de ellas. “Que haya suerte”, nos decimos antes de despedirnos. Pues eso. Que la haya para todos. [©FIRMAS PRESS]