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El caso DEA es un ejemplo del bochinche, del desorden, del lío que se puede armar en una administración gubernamental sin liderazgo, sin razonabilidad, sin estrategia consciente; en la que decisiones trascendentes tienen origen ilegítimo y responden más a reacciones hormonales estimuladas a puro vicio.
Un gobierno carente de cerebros, lleno de atletas de vigorosa arrogancia, rebosantes de pedantería, empecinados en correr una carrera cuya meta es la complacencia del amo que los somete.
Quien más quien menos conoce las peripecias del caso DEA-SENAD, una comedia en la que se entrecruzan grotesco, farsa y despiste. Con entremeses en forma de “conferencias de prensa” que enredaban más la madeja. Este asunto imita a un juguete cómico salido de la cabeza del mejor Woody Allen, del más desopilante Buster Keaton, del más hilarante Charles Chaplin o del más jocoso, ocurrente, irónico y folclórico José L. Melgarejo, que otrora hiciera reír al país todas las siestas desde sus programas radiales.
Pero detrás de la torpeza con que se manejó el asunto aparece algo que es alarmante: el guarará nos puso ante la evidencia de que no se sabe en manos de quién están en realidad las relaciones internacionales del Paraguay. Más allá de cualquier consideración que despierten el gobierno estadounidense y la DEA, está la imagen de seriedad y de jerarquía que debiera proyectar nuestro país en dichas relaciones.
Nadie en su sano juicio puede creer que un día el director Jalil Rachid se levantó, pensó en qué hacer y dijo: “Ya no más cooperación de la DEA con la SENAD”. Una decisión enteramente propia, suya de él.
Y desató la tempestad siendo apenas un funcionario de rango inferior que no podría asumir tamaña responsabilidad. “Se lo comuniqué al presidente Peña”, alegó luego tentando el respaldo lógico, luego de haber negado lo hecho en un principio y culpar —cuándo no— a la prensa de la confusión originada. Y encima, la reacción de la DEA fue contundente: “Nos vamos, devuélvannos nuestros equipos”.
Posteriormente lo callaron a don Jalil y aparecieron los galimatías de Enrique Riera y los laberintos dialécticos del sereno contralmirante Cíbar Benítez tratando de desenredar el nudo. Y un detalle más: mientras Peña aparecía sonriendo al lado de Rachid, el líder de la bancada cartista en el Senado acusaba al director de la SENAD de haber actuado solo, sin avisarle al presidente. Un cartista no suele tener opinión propia en casos delicados. Habla siempre con “autorización”.
No se avizora el final del tema. Pero es una ácida exposición más de este gobierno en el que no se sabe (pero se sospecha) quién manda. Un gobierno guarará.